Cassez-Vallarta, virtudes de una miniserie
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Cassez-Vallarta, virtudes de una miniserie

José Reveles*

Estar comprimida en el tiempo y en el espacio, obligada a ser sintética y aun así intentar explorar hasta el ángulo más insignificante de una historia de por sí enredada, todo ello ayudó a que la miniserie Cassez-Vallarta, una novela criminal reuniera varias virtudes:

-Logró reinstalar un viejo montaje policial de hace tres sexenios en una indignación colectiva comúnmente proclive a la desmemoria.

-Obligó al gobierno mexicano a buscar de una buena vez que Israel Vallarta Cisneros pueda salir en libertad tras casi 17 años sin sentencia y habiendo sido víctima de torturas. Esos mismos tratos inhumanos y degradantes fueron replicados por los mismos corruptos policías, pero ahora sobre cinco nuevas víctimas: otros dos hermanos Vallarta Cisneros, René y Mario, y tres sobrinos: Alejandro, Juan Carlos y Sergio Cortés Vallarta. La estigmatización y la persecución a la familia, la ausencia de justicia y fábrica de culpables todavía vigente, hoy tiene a tres Vallarta libres y tres en prisión, queriéndolos hacer pasar por secuestradores años después del ilegal y abusivo montaje del rancho “Las Chinitas”.

-Colocó a la francesa Florence Cassez (liberada por la Suprema Corte de Justicia tras más de siete años de prisión en México) como una de las guías principales de su propia historia, junto a familiares de Israel Vallarta, a periodistas y escritores. Recuperó, en media docena de capítulos, declaraciones, encuentros y desencuentros entre los presidentes de México, Felipe Calderón Hinojosa, y de Francia, Nicolás Sarkozy, y en conjunto ofreció a quienes se acerquen al documental, información dura para llegar a sus propias conclusiones.

Me parece que debe destacarse como primicia periodística la obtención de las didácticas imágenes del empresario Eduardo Cuauhtémoc Margolis Sobol, cuyas frases dichas de espaldas a la cámara lo pintan de cuerpo y mentalidad enteros como ese poderoso dador de vidas y libertades en la comunidad israelí residente en México. Y ya se ve, al pasar de los años, que también fuera de la población de filiación judía, en cientos de secuestros siempre estuvo a la sombra, pero siempre presente.

Margolis no necesita que nadie lo culpe del inicio de esa persecución contra Vallarta y Cassez, ni de su empecinada búsqueda de venganza: él mismo describe el episodio como algo natural en su cómplice relación con el entonces director de la Agencia Federal de Investigación (AFI), Genaro García Luna, y su principal operador Luis Cárdenas Palomino, presos ambos en Estados Unidos y en México por acusaciones diferentes, pero nadie puede predecir qué tanto en próximos meses sus destinos vuelvan a juntarse, ahora para responder ante la justicia por gravísimos delitos aquí y allá.

A esos dos exjefes policiales se les ocurrió la tontería, dice Margolis, de inventar un montaje para hacerle propaganda al gobierno y su supuesto éxito contra la industria del secuestro en México.

Con ese menosprecio del que Margolis hace gala al referirse a Israel Vallarta, uno puede advertir que de eso que era su venganza personal pronto se saltó a la falsa captura in fraganti inventada por la policía federal (tortura frente a cámaras incluida, montaje de escena en el rancho “Las Chinitas”, con televisor encendido en donde días antes no había luz eléctrica, colocación de armas, credenciales de elector y otras “pruebas” que no llegaron a expediente alguno; la presunta secuestrada Cristina Valladares del Ángel en impecable y bien planchada pijama, quien frente a cámaras dijo el 9 de diciembre de 2005 no reconocer las voces y rostros de quienes esa mañana le mostraban como sus secuestradores, aunque cambiaría diametralmente su versión casi cuatro años después).

Fue, como la citó Jorge Volpi desde un principio, una novela criminal: novela porque está sustentada en una ficción carente de sustentos objetivos, pero aderezada con elementos surgidos de la fértil imaginación de las policías federales de entonces, que llegaron a mencionar en la misma mañana de la recreación hasta ocho secuestros más y un asesinato, que no fueron judicializados, sino solamente pasto para la hoguera mediática; criminal porque se convirtió en un engaño para toda una sociedad cansada y agobiada entonces por la proliferación de los secuestros. A una ciudadanía predispuesta y lista a creer en los éxitos que le mostraba la autoridad, aunque fueran espurios y hayan poblado de inocentes las cárceles. Una ciudadanía que también quería venganza y le parecía normal ver torturar frente a las cámaras a personas que ya habían sido condenadas antes de estar formalmente ante un ministerio público o un juez.

Los montajes se multiplicaron como hongos durante todo el sexenio de Felipe Calderón para criminalizar a víctimas inocentes, como fueron los casos de los estudiantes de excelencia asesinados por la tropa en el Tec de Monterrey, sus cuerpos cambiados de lugar, con siembra de armas y casquillos, para simular un enfrentamiento armado, o como los jóvenes masacrados en Villas de Salvárcar, a quienes Calderón estigmatizó como delincuentes en cuanto se enteró (estando fuera del país) como delincuentes. “Usted no es bienvenido aquí”, le sorrajó a Calderón la madre de dos de los ejecutados.

Hoy la sociedad mexicana, después de ver la miniserie, seguro terminará diciendo: “no más montajes; no son bienvenidos”.

*Escritor y periodista

26 de octubre de 2022