Cuando en México la nota roja lo invadió todo
Comunicación Política

Cuando en México la nota roja lo invadió todo

Ivonne Acuña Murillo*

Como la espesa niebla que lo engulle todo, la nota roja -género periodístico comúnmente asociado con la información en torno a la violencia, los accidentes, desastres naturales y generalmente identificado con el sensacionalismo y el amarillismo-, se ha extendido en México. Las razones que provocaron dicho acrecentamiento son el objetivo de este escrito.

Día a día en el país, la gente se desayuna, come y cena con cuerpos mutilados, cabezas que buscan sus cuerpos, cuerpos que buscan sus cabezas; partes humanas disueltas en ácido; cadáveres descompuestos; personas cuyos pedazos se amontonan al interior de bolsas negras; cuerpos violados, torturados, degradados, mancillados. Ojos, manos, piernas, brazos, troncos; huesos que alguna vez estuvieron cubiertos de tejidos, venas, sangre, músculos, piel; restos de ropa y calzado que alguna vez cubrió la humanidad de alguien. Autos, casas, escuelas, edificios, pueblos baleados, calcinados, abandonados.

Sin poder evitarlo, se respira el fétido olor de la sangre descompuesta por el sol, mezclada con el sudor de vivir, con la tierra, la lluvia, la desesperanza, la impunidad, la indolencia, la putrefacción de gobiernos culpables, ya por omisión, ineficacia o corrupción.

No hay para donde voltear, no hay manera de no mirar, como antes, cuando bastaba pasar por alto las fotos sangrientas de publicaciones como Alarma, Alerta o La Prensa. Bastaba con girar la cabeza hacia otro lado al momento de pasar por un puesto de periódicos. Ahora, no se puede desviar la mirada, es casi imposible no enterarse, no saber, no echar un vistazo a lo que quedó de quien algún día pudo llamarse a sí mismo un ser humano.

Claro, se dirá “el que busca encuentra”, pero resulta que aún sin buscar, pretender, querer, sin tener la intención de informarse, la nota roja persigue, acorrala, intimida, secuestra, coloniza, se mete en la sangre, invade la mente y abotaga la conciencia.

La nota roja ha dejado de ser un género periodístico acotado a la llamada prensa sensacionalista para convertirse en la nota cuasi obligada para cualquier medio que se precie de estar al día con relación a lo que pasa en México.

Las narraciones detalladas de un evento violento son frecuentes en radio, las mismas narraciones acompañadas de imágenes se multiplican en televisión y circulan de manera profusa en redes sociales. Así que, prácticamente no hay manera de mantenerse al margen.

Más aún, es tan fácil como buscar en Internet, escribir en la barra de algún buscador: “cuerpos calcinados fueron encontrados en…”, “disueltos en ácido…”, “aparece cabeza humana…”, “encuentran bolsas con restos humanos…”. La búsqueda resulta más efectiva si cualquiera de estas frases, se escribe en la barra de búsqueda de YouTube, bajo el propio riesgo, por supuesto.

La nota roja no sólo inunda los medios tradicionales, las redes sociales, las primeras planas, las páginas interiores de periódicos y revistas, también se ha vuelto tema de reunión con familiares y amigos; el chisme cotidiano en la fila de las tortillas o el mercado, en el microbús, el Metro o el camión foráneo; de juegos infantiles y juveniles; videojuegos y de las narrativas transmedia, donde los usuarios contribuyen a la construcción de relatos, tan grotescos como reales, que los circulan por diversos medios y plataformas.

Incluso, suponer que hay gente en este país que se encuentra exenta de ser objeto de la nota roja porque no vive en una colonia, municipio o región marcadamente violentos o simplemente porque no tiene nexo alguno con un grupo delincuencial, es mera ilusión.

Nadie, ni siquiera las élites con sus autos blindados, casas protegidas y guardaespaldas, pueden sostener que están a salvo. Tienen menos probabilidad de convertirse en víctimas, sí, pero eso no implica que al bajar del coche o al salir de su hogar, no puedan ser blanco de ataques.

La nota roja ha trascendido al género periodístico y la estrategia comercial de los medios que gustan de ella o la utilizan para maximizar ganancias, y convertirla en parte constitutiva de la narrativa nacional, parámetro de la eficacia o ineficacia del gobierno en turno y, lo más importante, recurso de las estrategias gubernamentales.

La nota roja durante gobierno de Felipe Calderón

El mejor ejemplo de utilización de la nota roja para fines políticos ocurrió durante el sexenio de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa (2006-2012) quien, muy probablemente asesorado por Genaro García Luna, le “declaró la guerra” al narco y a la delincuencia organizada y se encargó, con ayuda de varios medios de comunicación, de construir la narrativa delincuencial que justificaba su absurda guerra.

García Luna acusado recientemente de conspiración internacional por el Departamento de Justicia de Estados Unidos por recibir millones de dólares en sobornos del Cártel de Sinaloa para asegurar sus envíos de drogas al país vecino y brindar información confidencial sobre los cárteles rivales, se desempeñó como director de la desaparecida Agencia Federal de Investigación (AFI), de 2001 a 2005, durante la administración de Vicente Fox Quesada (2000-2006) y a lo largo del sexenio de Calderón como secretario de Seguridad Pública.

Es posible relacionar la gestión de García Luna con los supuestos nexos que los gobiernos panistas de Fox y Calderón establecieron con el citado cártel. Estos son reconocibles desde el sexenio de Fox, cuando de manera inesperada y por demás extraña Joaquín, “El Chapo”, Guzmán se fugó, en “un carrito de lavandería”, del penal federal de Puente Grande apenas iniciada la administración de la alternancia, el 19 de enero de 2001.

El periodo de Fox fue el antecedente de lo que sería la mayor escenificación orquestada y protagonizada por Calderón Hinojosa y García Luna, la arriba mencionada “guerra contra el narco y la delincuencia organizada”, cuando la nota roja tuvo un papel preponderante.

Durante la administración foxista, García Luna dio muestras de su capacidad para convertir en espectáculo, los supuestos triunfos gubernamentales en contra de la delincuencia.

El 19 de julio de 2005, Rubén Omar Romano, en ese entonces director técnico del Cruz Azul fue secuestrado, al salir de un entrenamiento en la Ciudad de México, oportunidad aprovechada por García Luna para escenificar uno de sus famosos montajes. Como parte de la espectacularidad que se dio al hecho, circuló en medios de comunicación una carta que se dejó en una iglesia del Ajusco, donde se detallaban las exigencias de los secuestradores, la misiva estaba acompañada de una mandíbula humana.

El secuestro de Romano se prolongó por dos meses, hasta que agentes de la AFI liberaron sorpresivamente al entrenador. Sin embargo, de acuerdo con el testimonio del propio Omar Romano, no se le permitió salir de la casa de seguridad ubicada en Iztapalapa hasta después de una hora de su liberación, tiempo suficiente para que llegaran los medios de comunicación, en particular las cámaras de TV Azteca, y dar a conocer el exitoso rescate.

El 9 de diciembre de 2005 fue transmitida en vivo “la aprehensión” de una banda de secuestradores, “Los Zodiaco”, así como la liberación de sus víctimas. El operativo fue transmitido por Televisa en el programa “Primero Noticias” coducido por Carlos Loret de Mola. Años después se supo que todo había sido un montaje preparado para la televisión. Lo anterior supuso la liberación de la ciudadana francesa Florence Cassez, cuyo gobierno, encabezado por el presidente Nicolas Sarkozy, presionó a la administración de Calderón por violaciones al debido proceso. Su novio, el supuesto jefe de la banda, Israel Vallarta, sigue en prisión, sin que hasta el momento se le haya hecho un juicio justo ni se hayan reconocido las mismas violaciones al debido proceso.

Destaca en este caso, la denuncia pública hecha por el actual presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, quien acusa a Felipe Calderón por haberlo presionado para no liberar a Cassez.

La escenificación en la que participaron el gobierno calderonista y el duopolio televisivo, se convirtió en el sello del sexenio de Calderón, durante el cual se protagonizaron capturas policíacas, llegando al extremo de presentar ante los medios los interrogatorios a los que los criminales eran sometidos ya en las instalaciones de la AFI.

En algunas ocasiones, incluso, los detenidos eran presentados en los estudios de televisión, donde eran interrogados informalmente por periodistas, antes de que cualquier autoridad lo hiciera.

El 26 de mayo de 2009 elementos de la Policía Federal Preventiva y del Ejército detuvieron a 11 presidentes municipales, 16 altos funcionarios y un juez del estado de Michoacán, gobernado entonces por el perredista Leonel Godoy, por presuntos vínculos con el crimen organizado. Lazos que al final no se comprobaron y los detenidos fueron liberados. Este hecho es conocido como el “Michoacanazo”.

Al año siguiente, un nuevo show mediático delictivo tuvo lugar, la detención de “La Barbie”, Edgar Valdez Villarreal, en agosto de 2010.

Por si no bastara, en 2011, el supersecretario García Luna pagó 118 millones de pesos a Televisa para que grabara la serie “El Equipo”, ligada a la campaña federal “Policía Federal, héroes anónimos”. El objetivo de la serie fue ensalzar las tareas de la AFI y del mismo García Luna, al frente de esta. Tal gesto de vanidad fue financiado con dinero público, por supuesto, con el beneplácito del presidente Calderón.

En el mismo año, Calderón protagonizó también su propio capítulo, con la supuesta promoción de México conocida como “La Ruta Turística” (Royal Tour). El punto máximo de esta fue el video “Mexico.

The Royal Tour”, presentado el 20 de noviembre de 2011, en la que el presidente y sus tres hijos, Luis Felipe, María y Juan Pablo, se lanzaron por una tirolesa. El presentador del video fue el periodista Peter Greenberg.

Calderón y García Luna o García Luna y Calderón convirtieron a la nota roja en el eje de la guerra en contra del narco y la delincuencia. O por mejor decir, de la escenificación de una guerra que jamás existió, ya que favorecer, proteger y hacer crecer al cártel, que en octubre pasado con el operativo fallido en Culiacán mostró su poder obtenido a lo largo de tres sexenios, incluido el de Enrique Peña Nieto, no puede llamarse guerra. O, en su defecto, no guerra en contra del narco y la delincuencia en general, sino en contra de los enemigos de dicho cártel y nunca en favor de la población.

Calderón usó la nota roja como parte central de la narrativa gubernamental que le permitió demostrar al país la necesidad de declarar la guerra al narco, pero para justificar un proyecto personal y de grupo, basado en dos estrategias.

La primera, continuar el apoyo que Fox y García Luna le brindaron a un cártel en contra de los demás a cambio, se puede pensar, de grandes beneficios económicos. La segunda, para legitimar un gobierno ganado a través del fraude electoral.

Ambos casos contradicen la tesis sostenida por muchos, aún por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, en torno a que Calderón “le dio un golpe a lo tonto al avispero”.

La detención de García Luna, después de los testimonios incriminatorios recogidos en el juicio del Chapo Guzmán, y los testimonios de periodistas como Dolía Estévez, Anabel Hernández y Jesús Esquivel, entre otros, dan cuenta de que Calderón no tenía como objetivo enfrentar a las diversas bandas del narcotráfico y la delincuencia, sino montar un espectáculo que le permitiera lograr la legitimidad que las urnas no le dieron.

Como un segundo momento en su estrategia, sacar al Ejército a la calle para protagonizar su simulada guerra, le permitió superar el riesgo de desobediencia que la ilegitimidad conlleva. Arroparse con las fuerzas armadas sin importar sus excesos y el desprestigio que para ellas significó, le permitió a Calderón llevar adelante una administración que al final de seis años hundió al país en la más profunda de las violencias.

La profusión de la nota roja en medios le permitió a Calderón dar una muestra escandalosa de la necesidad de la “guerra” que él declaró, hasta que la numeralia de los “daños colaterales” dio cuenta de que “su guerra” se le había salido de las manos, por lo que su gobierno dejó de informar sobre las cifras en septiembre de 2011, cuando se divulgó que hasta ese momento habían muerto 47,515 personas por “presunta rivalidad delincuencial”. Al final de su sexenio la cifra ascendió a 70 mil.

La nota roja con Peña Nieto

Pero si para Calderón la nota roja era un indicador para justificar una guerra, para Enrique Peña Nieto, ocultar la nota roja supuso un intento por cambiar la percepción de la ciudadanía en torno a la violencia. Peña, quien se comprometió desde el inicio a parar la escalada de violencia en el país, pidió a los diversos gobernadores que hicieran esfuerzos por disminuir la presentación de noticias relacionadas con la delincuencia y la violencia.

Por supuesto, lo anterior llevó a la celebración de acuerdos con los diversos medios de comunicación para disminuir en lo posible la difusión de imágenes abiertamente violentas como ejecutados, colgados, descuartizados o descabezados.

La administración peñista siguió la lógica de los bebés, quienes al taparse los ojos asumen que nadie los ve. Si no se ve, si no se dice, si no se narra, si no se transmite la nota roja, no existe pensó Peña Nieto. Por un tiempo, la estrategia dio resultado hasta que la violencia finalmente estalló en la cara del primer mandatario cuando en 2017, 25 millones de mexicanos fueron víctimas de al menos un delito y cuando el número de personas asesinadas se elevó a más de 29 mil tan sólo en ese año.

Un evento en el último año de Peña devolvió a la nota roja al primer plano. No cabe duda de que la realidad supera con mucho a la ficción, pero en un ejercicio de imaginación propongo a quien ha seguido con paciencia este texto, a que adivine, después de leer el cuento que aquí ofrezco, de qué evento se trata.

Tengo frío

Tengo frío. Todo mundo aquí tiene frío a pesar de estar tan cerca. Y este viaje que se prolonga tanto. Perdí ya la cuenta de las horas, los días, las semanas. Cuánto más durará, nadie lo sabe. Está tan oscuro aquí dentro que es imposible distinguir donde comienzas y terminas tú o alguien más. Nuestros humores se combinan hasta formar un flujo infinito, nuestros fluidos también se mezclan de manera continuada. La cercanía se vuelve incómoda y por más que trato de poner alguna distancia no lo logro.

Mantengo los ojos cerrados y mi mente transita por los recuerdos inmediatos de aquello que he dejado atrás, por las personas que se han quedado, por el olor de la tierra, por la vista del cielo, que, aunque se diga es el mismo en cualquier parte, al final encierra detalles que sólo pueden distinguirse desde el lugar que habitas.

Vago por los rostros de las personas que he amado y no logro andar el mío. Como trashumante, recorro los recuerdos de una vida pasada como si fuera una persona pronta para morir. Vienen a mi boca los sabores dulces y amargos, las texturas suaves y rugosas, la luz y la oscuridad, el amor y el abandono, la compañía y la soledad, las risas y el llanto. Pero, este frío tan persistente me vuelve a la realidad, me arranca de pronto de la memoria que habito y me devuelve a la oscuridad y a la compañía de quienes, seguramente como yo, se pierden en su ensimismamiento.

Con seguridad a ti te pasa igual, trato de decir a quien está más cerca. Tienes presente tu primer día de escuela o la primera vez que diste un beso, o cuando saliste al alba a sembrar el campo, a pedir limosna, a tomar el micro, a caminar por la vereda, por la playa o por aquellas calles interminables que tus pequeños pies anduvieran tantas veces hasta convertirse en el remate de unas piernas fuertes y desarrolladas.

Recuerdas el calor que recorre el cuerpo cuando ves a quien te gusta, cuando te mira, cuando se acerca, cuando te habla, cuando te toca. Rememoras el dulce beso materno, si acaso lo tuviste, el abrazo de un padre amoroso o el golpe de uno brutal.

Recuperas cada fotografía, cada escena, cada color, cada sensación, cada aroma. Sientes el viento en la cara y la calidez del sol abrasador. Recuperas la sensación del sudor recorriendo tu cuerpo, tu cara, tus manos. La humedad de unos labios que desean probar cosas nuevas. En fin, tú sabrás mejor que yo lo qué compone aquello que atesoras.

Lo cierto es que nadie aquí ha olvidado la vida vivida o desechado la vida soñada. Lo que se pierde entre la bruma de la confusión es la razón que nos ha traído a esta fría e interminable marcha. Fue tal vez la suerte, la imprudencia, la necesidad o el loco frenesí de la violencia desatada. No lo sé. Les he preguntado y nadie se ha atrevido a contestar.

No me escuchan o no quieren responder a una pregunta que les llevaría a la conciencia que no quieren recobrar. Los últimos minutos, previos a este incesante frío, quedan envueltos en una niebla espesa que no permite ver más allá del cálido instante que atesora la existencia. Lo sucedido se pierde en un presente helado y en un futuro incierto.

Sin embargo, haciendo un esfuerzo, recuerdo la necedad de un presidente cuando llamó “daños colaterales” a 70 mil personas muertas por su causa. Resuenan en mis oídos los tiroteos, los gritos de dolor, los pedidos de auxilio, los pasos de las botas militares y policiales, el llanto de las madres, los padres, las hermanas, los tíos, las hijas, los hijos de estos “daños colaterales”, a quienes de paso se trató de inculpar, de ligar al crimen organizado para sacudirse la responsabilidad de sus repentinas muertes.

Salgo de mis reflexiones cuando detenemos nuestra marcha, por poco o mucho tiempo, no lo sé. Pero nadie se acerca a mirarnos para saber si estamos bien, ya no importa, a nadie interesa. Aquí dentro hemos dejado de preocuparnos por alguien más, al fin y al cabo, somos tan iguales y al mismo tiempo tan diferentes que sólo el frío nos une.

Por momentos, siento como alguien se mueve, se acomoda, se hincha, se desinfla y trato de hacer conversación, pero no hay respuesta. Entonces intento recordar las pláticas que he tenido, las cosas que he visto, la gente que he conocido, las lecturas por las que he transitado y de manera persistente viene a mi memoria el libro de Pedro Páramo y entonces me pregunto si he muerto, si quien no me ve ni escucha aún conserva la vida y yo soy sólo un despojo mudo de aquello que fui.

O tal vez, en un ataque de esquizofrenia, me imagino en compañía de gente que no existe, pero si este fuera el caso, ¿por qué en medio de mi locura no puedo hacer que me respondan? Puede ser tal vez que siga en el último de los viajes causados por la Diosa Verde y que pronto, muy pronto despierte de este extraño sueño para darme cuenta de que el frío que experimento lo provoca la ventana que se empeña en dejar pasar un viento gélido.

Abruptamente nos detenemos, se abren las pesadas puertas y aparecen dos hombres cubiertos del rostro. Carajo, vaya peste, dice el primero; mierda que asco, están todos embarrados y la sangre se ha filtrado fuera de la caja del tráiler, afirma el segundo. Y pensar que alguna vez estuvieron vivos, que tuvieron una historia, deseos, sueños e ilusiones, pero ni modo, a jalar y cargar cabrón, ya en la morgue hay lugar para la autopsia y ya viene la otra carga.

Si alguien recordó que al final del sexenio de Peña, en el último tercio de 2018, corrió como reguero de pólvora la noticia de los tráileres que deambulaban llenos de cadáveres esperando un lugar en las morgues, cuyo espacio era insuficiente para hacerse cargo del aumento de muertos en ciudades como Acapulco, Alvarado, Chilpancingo, Guadalajara, Iguala, Tijuana y Xalapa, acertó.


*Catedrática de la Universidad Iberoamericana

Publicado en la edición #239 de revista Zócalo (enero 2020).

9 de diciembre de 2020