Eduardo Lizalde, el tigre de la República de las letras y las ideas
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Eduardo Lizalde, el tigre de la República de las letras y las ideas

En memoria de Don E. González Pedrero

Alejandrina Ponce Avilés

Pachuca.- Nos deja en orfandad el fallecimiento de Eduardo Lizalde Chávez: poeta, traductor, ensayista, editorialista, director de la Compañía Nacional de Ópera y catedrático de la academia mexicana de la lengua. Fue ganador de casi todos los reconocimientos nacionales; Nacional de Literatura, Ramón López Velarde, Iberoamericano, Nacional de Ciencias y Artes, Xavier Villaurrutia, García Lorca (en España) y Carlos Fuentes recientemente.

Antes, y sobre todo Eduardo Lizalde, fue militante de izquierda. Pocos expertos de la alta cultura como él, fueron izquierdistas ortodoxos. Él, junto con José Revueltas fundaron la Liga Espartaco Leninista en 1960, cuyo propósito fue hacer del Partido Comunista de México una verdadera organización proletaria. Esto sucedió después del movimiento ferrocarrilero y antes de 1968. Crítico del sistema político, no omitió la épica en sus poemas, no negó la lacerante desigualdad y tampoco prescindió de la jerga marxista-leninista de las izquierdas de esa época. Por ello, fue casi en transgresión a las costumbres de dicha postura política, el reconocimiento a las virtudes literarias y poéticas enfáticamente, de Octavio Paz. Además fue fundador de la revista Vuelta.

Su celebérrima voz e intelecto se hizo escuchar desde 1950 a través del movimiento poético llamado “poeticismo”, que buscaba desterrar las imprecisiones verbales y conceptuales de la poesía. Aunque en 1981 escribió Autobiografía de un Fracaso hablando del final de ese proyecto. A partir de 1956 se hizo militante de la república de las letras con sus poemarios: Cada cosa es Babel, El tigre en la casa, La zorra enferma, Casa mayor, Tercera Tenochtitlán, Tabernarios y eróticos, Otros tigres. Además de un libro de narrativa que reúne todos sus cuentos y ficciones, llamado Almanaque de cuentos y ficciones (1955-2005).

Sí, la épica fue su inspiración, nada logró con el azar. Esta herramienta la utilizó para resolver nudos ontológicos ligados a las condiciones sociales de México. La creación del personaje del “poeta tigre”, fue ante todo una manera de cambiar de la trinchera política a la literaria sin olvidar sus viejas convicciones. La calidad y fuerza de sus letras se impusieron, trabajó para no negar que el mérito era la única manera de evitar que el sistema lo devorara.

Afinó a pulso su capital cultural sin dejar de apoyar a su hermano Enrique en la democratización de la Asociación Nacional de Actores, o de promover con su primo Óscar Chávez los repertorios melómanos que estaban de moda desde la Revolución Cubana.

Fue un izquierdista crítico del sistema, reconoció en los duelos de sus colegas que la única vía de sobrevivencia por su edad y profesión estaba en el Estado y en sus sistemas de estímulos. Combatió desde sus textos y declaraciones de prensa las condiciones de los intelectuales. “De la poesía no se vive. A los poetas no nos pagan por escribir, vivimos de la cátedra, la burocracia, del servicio cultural, de la atención a las editoriales. “La poesía sólo deja dinero en casos excepcionales como el de Paul Valéry y Neruda”, declaró. Desde sus letras contó el mundo de la sociedad mexicana, lamentando la pobreza y elogiando la Revolución Mexicana entendiendo que, el talento era superior a la política de denuncia. En ninguno de sus textos hizo a un lado la ironía y el uso del coloquialismo como manera de hacer llegar su voz; “Grande es el odio…nacen del odio mundos, óleos perfectísimos, revoluciones, tabacos excelentes”.

Como personalidad poética, asumió la maraña del liberalismo político, sin llegar a comprender totalmente el rumbo que la transición política de México promovió, con sus discursos carentes de elementos que siempre le fueron afines: gratitud, humildad social y sentirse parte de un destino común. Comprobó que no había complemento moral ante el modelo neoliberal recién instalado.

Su empatía se estableció en las tareas literarias de las nuevas generaciones. Por ello, se consagró más a la literatura, la ópera y la promoción cultural que tanta falta hacían. A medida que los tecnócratas dominaban las instituciones culturales y se corroían, veía la rusticidad de los gobernantes; la falta de sofisticación de las élites en la alta cultura y la enorme distancia que lo separaba de la moral política de un sistema que parecía no tener fin, aunque cambiaran de siglas.

A los ochenta años, colaboró como Director de la Biblioteca José Vasconcelos, en el gobierno de Felipe Calderón, humanizando a la tecnocracia. A partir de la muerte de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis reconoció que estaban ya muy lejanos los días de combate del Tigre y sin oponerse recibió por su trayectoria merecida los honores que el Estado le ofreció. No se trató de una traición o de una falta de congruencia frente al sistema que en su juventud cuestionó, sino el reconocimiento a la ausencia de poetas vivos con más recorrido que él. Llegó el honoris causa de la UNAM en 2015 y una avalancha de reconocimientos por sus grandes aportaciones a las letras mexicanas.

Lizalde Chávez había atravesado el siglo, pero no exento de pena por la muerte de su hermano menor –Enrique Lizalde- y con la tristeza del fallecimiento de su primo Óscar Chávez por la pandemia de la COVID-19. Ningún mérito en él quedó en entredicho, fue un tigre poeta y luchador político desde su raíz. Por ello, era importante hacerle justicia a esa faceta de su vida, que tan lejana se ve, pero cuya identidad política es cercana al cambio actual que vivimos.

29 de junio de 2022