Mesa de redacción
En su cruzada antiterrorista el gobierno estadounidense de George W. Bush ha impuesto una virtual censura informativa a las acciones militares, lo que ha puesto a prueba la fortaleza y vulnerabilidad de la prensa de ese país.
En su afán revanchista Bush no hará ningún tipo de concesione, bélicas o diplomáticas, mucho menos informativas, e inclusive llegará a mentir como ya lo adelantaron funcionarios del Pentágono.
El frente informativo de Bush, de la primera guerra del siglo XXI ha despertado muestras de apoyo, pero también de rechazo, no sólo en su país, también en el mundo entero.
Es cierto que las limitaciones a la prensa no son nuevas. En cada aventura militar de Estados Unidos, una de sus víctimas internas lo ha sido la prensa. Así ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, en Vietnam, Granada, Panamá o el Golfo Pérsico. El problema se agudiza ahora porque esas limitaciones a la prensa serán mayores.
No habrá una “guerra televisada” como hace diez años (cuando padre del hoy presidente emprendió la operación Tormenta del Desierto), dijo el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
«Las relaciones van a ser diferentes, porque el conflicto es diferente», advirtió días después de los atentados en Nueva York y Washington. Para no dejar lugar a dudas añadiría. El movimiento de tropas es sólo «la parte visible» de una operación contra el terrorismo.
La última semana de septiembre funcionarios del Pentágono se reunieron con representantes de los diarios y cadenas televisivas más influyentes para persuadirlos acerca del “interés de la nación” y para anunciar las reglas con las cuales podrán trabajar los periodistas.
El ánimo revanchista ha permeado a muchísimos medios de comunicación anglosajones e hispanos, haciendo causa común con las directrices de Bush. El fervor patriótico ya despertó impulsos vengativos y antiárabes, cuyas consecuencias ya se reflejan en asesinato contra personas por el solo hecho de ser musulmán.
Muchos editores estadounidenses respaldas esas limitaciones por razones de “seguridad nacional”, y para hacer pagar a los responsables de los atentados terroristas, que segaron la vida de miles de sus conciudadanos.
Otros, sin embargo, impugnan el propósito de limitar o restringir la circulación de información. Los críticos de medios masivos Howard Kutz (The Washington Post) y Danny Shechter han manifestado su preocupación por esos actos de censura. Este último ha llegado a decir «Es difícil ver la diferencia entre el gobierno y los medios».
Las preguntas que brotan inmediatamente son: ¿Cuáles serán los compromisos militares del gobierno estadounidense y sus aliados que buscan ocultar al mundo?, ¿cuál será en realidad el costo humano, sean fundamentalistas islámicos o civiles, que los halcones de Washington buscan cobrarse por el desafío del 11 de septiembre?, ¿cuál será la respuesta de los seguidores de Osama Bin Laden, una vez que sea detenido vivo o muerto? y ¿qué tan limpio saldrá Bush de esta nueva operación quirúrgica denominada Justicia Infinita?
El problema es que esas restricciones cada vez son mayores, de acuerdo a analistas estadounidenses. Organizaciones civiles del vecino país también se han manifestado en contra de restricciones a las garantías individuales, que un proyecto de ley las limitaría con el pretexto de investigar acciones terroristas.
En esta “nueva guerra» de información, como la llamó un oficial militar, uno de los grandes perdedores será la libertad de información y el otro pueblo estadounidense. El 11 de septiembre los terroristas no sólo derribaron las Torres Gemelas del World Trade Center y abollaron el inexpugnable Pentágono, también derrumbaron, en buena medida, otro mito de la cultura de Estados Unidos: el de la prensa independiente.
