¿El mejor oficio del mundo?
Periodismo

¿El mejor oficio del mundo?

(Tercer lugar en la categoría A del Concurso de Ensayo por el Vigésimo aniversario de la revista Zócalo)
Gerardo Akbalam Contreras Morales (Marcelo Cruz)
Resumen

El ensayo describe y analiza tres de las principales razones que ex­plican la precarización del trabajo de los periodistas. Las condiciones de trabajo del gremio, la falta de financiamiento de los medios de comunicación y la violencia que se ejerce hacia los trabajadores de la información son los ejes principales del texto. Por medio del análisis de estos tres fenómenos, se hace un panorama general de la actualidad labo­ral de los periodistas y se plantean posibles propuestas para mejorar estas condiciones.

¿El mejor oficio del mundo?

Cuando un joven comenta que decidió estudiar periodismo normalmente las reacciones que genera en las personas que no tienen cercanía con el oficio suelen ser bastante repetitivas. Ser catalogado como una persona a la que le gusta el “chisme” o el “te van a matar” son los comentarios que más se escuchan. Más recientemente, el término “chayotero” se ha agregado a esas características que la gente relaciona con la labor del reportero o perio­dista. Pese a que estos comentarios, se alejan de conceptos icónicos e ideales de la función del periodismo como el derecho a saber, la importancia de la información en la toma de decisiones de los ciudadanos y el fomento al debate de lo público, sí llegan a vislumbrar problemas y situaciones presentes en el tra­bajo de los periodistas mexicanos y que son visibles para una buena parte de la sociedad.

El peligro que implica realizar el traba­jo de reporteo en contextos de violencia e impunidad, la corrupción que ha permeado en los medios de comunicación, la falta de credibilidad y el hacer pasar como periodis­mo la publicidad o el entretenimiento son situaciones que se encuentran presentes en la realidad del periodista y que se reflejan en la forma en la que la gente conciben este trabajo.

Personas Tomando Fotos

La imagen que tiene una sociedad de su prensa es sumamente importante en sis­temas políticos que, como el mexicano, se autodefinen democráticos. La relación de la prensa y sus audiencias, se basa en un pacto de credibilidad y veracidad entre el que da la información y quien la recibe. Se trata de un vínculo que da insumos informativos a la ciudadanía para conocer el actuar de los servi­dores públicos y con base en esa información ejercer el voto, exigir soluciones, hacer valer derechos y saber qué pasa en su comunidad y país. Se trata de una relación que se sostiene en la confianza de creer en lo que el periodista in­forma, en las situaciones que denuncia, en las explicaciones que ofrece y las críticas, dudas y debates que plantea. Un periodista sin credibilidad está más cerca de las oficinas de comunicación social que del periodismo.

Las concepciones que tie­nen las personas de la prensa muestran algunas situaciones que reflejan al gremio, pero sin duda es una visión parcial, generali­zada y alejada de explicaciones. Se debe de profundizar y analizar la realidad laboral de los periodistas, la situación actual de los medios y las audiencias para tener un panorama más amplio del trabajo del periodista en México. Como lo hace el buen periodismo, se debe de escudriñar más en el por qué y no solamente en el qué, pues conociendo las causas y las razones que llevan a esa visión del periodismo, se puede iniciar una discusión que marque el cambio de la relación entre prensa y audiencias para el beneficio de ambas.

Se parecen, pero no es lo mismo

Los medios de comunicación no necesaria mente hacen periodismo. Esto es fundamental entenderlo para poder tener un panorama de la prensa en México y la situación laboral de quienes trabajan en ella. A grandes rasgos, los medios de comunicación se pueden entender como los instrumentos por los cuales se reali­zan procesos de comunicación entre personas.

Normalmente al referirse a medios de comunicación nos referimos a los medios masivos tradicionales como la televisión y la radio, pero no todos son de este tipo. Un medio de comunicación alberga una variedad enorme de contenidos y cada vez son menos los que responden a las características del periodismo. El entretenimiento, la publicidad y la propaganda son elementos que se encuen­tran presentes en los contenidos de los medios de comunicación y que conviven y se mezclan con el periodismo. Los medios de comunicación se dividen en públicos y privados.

Cámara Nikon Dslr Negra Al Lado De Las Manos De La Persona

Los primeros son sistemas e instrumentos gubernamen­tales financiados con dinero público y que idealmente respon­den a mandatorios plasmados en las leyes que los crearon, pero que normalmente en México actúan conforme a la visión del gobierno en turno. Los medios privados son empresas y las empresas aquí y en China su principal objetivo es el de crear utilidades, hacer negocio, ganar dinero.

Aunque los medios de comunicación son el vehículo principal del periodismo no se deben mezclar sus fines y funciones. El periodismo necesita de los medios de comunicación para poder llegar a sus audiencias y los medios necesitan del periodismo para poder generar contenido, atraer audiencias, obtener ma­yor publicidad y ser rentables. En sistemas democráticos, los medios de comunicación se vuelven vitales para poder dar a conocer acciones de gobierno, difundir políticas pú­blicas, pero sobre todo para crear, mantener y apuntalar la imagen de los políticos que compiten por el poder. Al poder político no le molestan los medios de comunicación, al contrario, son instrumentos que explotan de manera sistemática para poder posicionarse en la agenda pública. Mientras más presente esté el político en la agenda, que es construida por los medios de comunicación y ahora las redes sociales, más conocido va a ser para las audiencias, que a final de cuentas se traducen en electorado.

Al poder político que tenemos y hemos tenido en México lo que le molesta es el pe­riodismo y no los medios de comunicación. Entre las funciones del periodismo está la de cuestionar, criticar y pedir rendición de cuentas al funcionario, acciones que van de la mano del ejercicio democrático del poder. El problema surge cuando no hay demócratas en los gobiernos y cuando los medios están cooptados por poderes económicos. El poder ve en el periodismo un adversario y no un contrapeso fundamental de la democracia. En sentido contrario, los medios de comunicación, manejados en su mayoría por unas cuantas familias ricas y que tienen múltiples negocios paralelos al de los medios de comunicación, deforman la función del periodismo y lo usan para obtener concesiones y favores en otros negocios, condonaciones de obligaciones y dinero público.

El periodismo se encuentra en medio de la tensión constante de un poder económi­co que utiliza a los medios para golpear al poder político de acuerdo a sus intereses y un poder político que busca mantenerse en puestos de decisión por medio de la creación de una imagen alimentada por dinero público y no por medio del apoyo popular generado a partir de la creación de políticas públicas eficientes y que resuelvan los problemas de los ciudadanos.

Cámara De Video Negra Que Se Enciende Junto Al Hombre Que Viste Camisa Negra Y Gris

En el caso de México el periodismo también se enfrenta a la fusión del poder político y eco­nómico. Se genera una relación de simulación donde los medios de comunicación imágenes de políticos alejadas de la realidad y a cambio se alimentan a los medios de co­municación con dinero público por medio de la publicidad oficial. Una simulación donde los medios no denuncian los abusos del poder y donde el poder no sanciona los abusos de la empresa privada. El buen periodismo tendría que criticar, denunciar o simplemente colocar el tema en la agenda pública para que se hable de él y se visibilicen esos problemas. Esas acciones rompen esa dinámica de simula­ción entre medios de comunicación (poder económico) y el poder político. Esa ruptura es incómoda y el culpable inmediato es el periodista.

Comunicadores que se hacen pasar por periodistas

Comunicadores que tienen noticieros en la radio o en la televisión, que cuentan con columnas de opi­nión en los periódicos de circulación nacional y hasta con sus propias páginas de internet, son los que se le viene a la cabeza a cualquier persona cuando se les pide que mencio­nen a un periodista mexicano. Se repiten frecuentemente los López Doriga, las Uresti, los Loret de Mola, los Ferriz de Con y los Go­mez Leyva1.

Pese a ser muy conocidos, estos son los me­nos frecuentes en el gremio de la prensa nacio­nal. Ellos mismos se definen como periodistas o reporteros con el fin de tener cierta legitimi­dad ante las audiencias, pero en la práctica la gran mayoría son comunicadores que se dedican a leer boletines oficiales disfrazados de notas, a conducir espacios publicitarios camuflados de reportajes, editorializar notas, repetir verdades gubernamentales y reportear en cafés y restaurantes de Polanco. Es difícil entender el trabajo de estos comunicadores como periodismo pues ni siquiera parece que sus mensajes vayan dirigidos a las audiencias que los escuchan. Sus mensajes tocan temas alejados de los intereses de las personas que ven el noticiero o leen el periódico, ya que en realidad muchos de esos mensajes van dirigidos al llamado “círculo rojo”.

Fotos de stock gratuitas de artilugio, autónomo, beber

La agenda pública se vuelve un campo de batalla entre discursos de grupos que luchan por el poder y pueden pagar para que sus mensajes sean difundidos. Las audiencias se vuelven simples espectadoras que no en­cuentran su voz reflejada en las discusiones públicas y el papel del periodista es justo darle cabida a esos grupos. Quienes repiten más el discurso oficial y lo toman como una verdad histórica, es difícil que realmente estén haciendo periodismo.

Además, muchos de estos comunicado­res abonan a las dinámicas mediáticas que se conforman de forma vertical, machista y racializada. Basta ver el apellido de la mayoría de los comunicadores para percatar­se que no hay casi Sánchez o Pérez y sí muchos Krauze, Dresser o Maerker. Hay que observar a las pre­sentadoras de noticias y sorprenderse de lo rubias que son la ma­yoría de ellas. Se puede ver en como las mesas de opinión se llenan de hom­bres blancos y supuestamente letrados hablando de todos los temas posibles. Basta calcular los sueldos de esos comunicadores y la mezquindad con la que se les paga a los reporteros.

La situación laboral de estos comunicado­res no puede ser equiparada con los reporteros y periodistas de a pie. Unos diarios salen a la calle a conseguir información, a entrevistar a las personas, a preguntar a las conferencias de prensa a las seis de la mañana, a aguantar codazos de compañeros y empujones de los escoltas para hacer una pregunta al político o a quienes hacen cientos de horas nalga para conseguir una cifra de un archivo o una base de datos. A este grupo, que son los más en el gremio periodístico, se les suele llamar “la tropa”. Se trata de un término militar que viene a denotar nuevamente los esquemas sumamente verticales y de explotación con los que se manejan los medios de comunicación. La tropa en la milicia es la que se ensucia las manos, la que aguanta los enfrentamientos, la que es la carne de cañón. En la prensa la tropa tiene las mismas funciones.

Me parece fundamental hacer esta división entre esos comunicadores y los periodistas que son incluidos en esa “tropa”, ya que sus realidades son completamente distintas. Los primeros son los hijos de los periodistas de antaño y que su mayor revelación es la de descubrir el peso de su apellido; son las mu­jeres de rubios cabellos; son los que hacen sus reportajes especulando en restaurantes de Polanco; son los que tienen a ejércitos de estudiantes de periodismo en agencias de comunicación con sueldos miserables para que les escriban sus columnas; son los que son defendidos por los siempre oportunistas “Abajo firmantes”.

Precarización, prestaciones y periodismo

En México existen más de 36 mil personas que se dedican al periodismo, esto de acuerdo a datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de 2019 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)2. La gran ma­yoría de estos trabajadores, el 79.4 por ciento, son subordinados o empleados, es decir los periodistas de a pie. El 20.6 por ciento restante es de trabajadores que laboran sin pago, los que trabajan por su cuenta y los empleado­res. Aunque la encuesta no menciona cual es el porcentaje de empleadores no es difícil suponer que son los menos, ya que como lo denuncian trabajos periodísticos, la mayoría de los medios de comunicación están en manos de únicamente 11 familias3. Las prestaciones de ley que se tienen en México incluyen la seguridad social, vacaciones, prima vacacional, aguinaldo, pago de utilidades, días de descan­so, prima dominical, licencia de maternidad, licencia de adopción y paternidad, prima de antigüedad, prestaciones por renuncia y prestaciones por despido injustificado. De acuerdo al INEGI el 66.4 por ciento de los tra­bajadores de la información tienen alguna de estas prestaciones laborales, pero subraya que no siempre son todas y en varias ocasiones no se incluyen los servicios de salud.

Se puntualiza que sólo el 59.1 por ciento de los periodistas recibe atención médica en algún centro de salud pública, pero no necesa­riamente son parte de sus prestaciones. Esto en un contexto en donde México es de los países en donde más periodistas son asesinados4.

El mismo informe del INEGI puntualiza que el 69.3 por ciento de los periodistas trabajan más de 35 horas a la semana y es sabido que las jornadas en pocas ocasiones son menores a las ocho horas diarias, pues el trabajo del reportero implica los traslados a diferentes sitios de la ciudad para consultar fuentes de información; estar leyendo constantemente los otros medios; redactar o editar las cinco o diez notas que piden al día, buscar entrevis­tas y nuevas fuentes; cumplir con la agenda que da cada jefe de información; sentarse a leer documentos; hablar y discutir con sus editores, entre muchas otras. Todo esto por sueldos que van desde los tres mil hasta los 15 mil pesos mensuales, esto de acuerdo a las estimaciones que hacen páginas de empleos5. La falta de prestaciones y contratos de largo plazo, la exigencia misma que implica el tra­bajo, los bajos salarios y el ambiente laboral muchas veces vertical y machista hace que la inestabilidad de los puestos sea una cons­tante. Se está en un medio unos cuantos años y una oleada de despidos o las renuncias por el hartazgo de la situación laboral es común. Pocos son los periodistas que han colaborado con un medio durante años y no hayan salido decepcionados, peleados o corridos.

La inestabilidad en los trabajos genera una falta de horizonte laboral para los perio­distas, ya que al cambiar de medios muchas veces inician desde cero. El reportero genera experiencia al seguir trabajando en campo, pero no genera antigüedad en las empre­sas y no existe un organigrama claro en los medios. Aspirar a puestos mejor pagados y con mayor capacidad de toma de decisiones sobre su trabajo se vuelve poco visible para los reporteros. Una queja constante de los empleadores de los medios de comunicación es la poca profesionalización que se tiene de parte de los estudiantes de periodismo, pero pocos son los medios que invierten en sus reporteros para capacitarlos y profesionali­zarlos. Los reporteros, al tener una carga de trabajo tan excesiva es complicado que tengan la iniciativa de tomar una mayor capacitación y especialización. El INEGI menciona que el 76.7 por ciento de los profesionales del perio­dismo tienen educación superior, pero no es un secreto el alejamiento que existe entre lo que se enseña en las universidades y lo que se ejerce en el campo.

Las carreras de periodismo han venido a funcionar más como un ejercicio de resar­cimiento de las carencias de la educación básica y media como lo es volver a enseñar a escribir y a leer a generaciones completas. Se sigue corrigiendo el “con base en”, en lugar de enseñar a hacer solicitudes de información, se siguen leyendo a Kapuscinski sobrevivir en Angola, pero no se dan guías para poder reportar en Tlaxcala o en Guerrero sin sufrir agresiones.

Los estudiantes de periodismo salen que­riendo hacer el trabajo que cambie el mundo. Se acepta un trabajo mal pagado y explotado con tal de trabajar en los medios. Se trabaja unos años, se toma algo de experiencia y se consigue uno que otro aumento, pero nada que alcance siquiera para dar para el enganche de una casa. Pasan los años y a lo más que se puede aspirar es a jefe de información o direc­tor de la sección. Las necesidades cambian y los gastos aumentan. Los reporteros terminan sumándose a las oficinas de comunicación en donde se paga más de los 15 o 20 mil pesos que ganan después de años y años de “chingarle”. El reportero se convierte justo en lo que deseó no ser cuando salió de la universidad, el trabajo que iba a cambiar el mundo no llegó y ahora a lo que se dedica es a defender a esos que juró que iba a denunciar.

El eterno dilema de los dineros

La transición al mundo digital, la migración de la publicidad a otras plataformas que no son medios de comunicación y la reducción del dinero gubernamental son tres elementos que han impactado en el periodismo en los últimos años. Hablar de periodismo sin hablar de la forma en la que se va a financiar es hablar en teoría. El dinero es una parte fundamental para saber los alcances que va a tener cual­quier investigación. Se tiene la ilusión de que el periodismo es gratis porque cualquiera puede prender la radio o la televisión y ver un noticiero, leer un periódico o abrir una noticia en su teléfono. Hacer periodismo, se vea o no, tiene costos. Ir a los lugares para entre­vistar a personas clave, visitar las direcciones para constatar que se trata de una empresa fantasma, las copias de las solicitudes de la información, los transportes diarios a las re­dacciones, la forma de difundirlo y los sueldos de los periodistas implican gastos que tienen que ser redituables en determinado punto en el proceso de comunicación que hay en los medios de comunicación.

El dinero público se convirtió en una fuente de financiamiento sumamente recurrida en México por los medios “grandes” de comuni­cación. Basta recordar que en el último año de la presidencia de Enrique Peña Nieto se gastaron más de 8 mil 573 millones de pe­sos en comunicación social y publicidad. La repartición de este dinero público no tenía, y sigue sin tener, criterios claros para definir su distribución y los más beneficiados terminaron siendo los de siempre: Televisa, TV Azteca, El Universal, Organización Editorial Mexicana, Excélsior, Radio Fórmula, entre otros6.

El gobierno federal no es el único que gastó y gasta en publicidad, pues también están los diferentes poderes (Ejecutivo y Legislativo) y los diferentes niveles de gobierno (Estatal y municipal). La cantidad de dinero que reciben los medios de comunicación no cabe duda de que aún hoy es importante. Esta excesiva dependencia del dinero público pervirtió el trabajo periodístico de medios que recibieron cantidades exageradas de dinero. Basta recordar la frase del expresidente José López Portillo cuando afirmó “no pago para que me peguen”.

Fenómenos como la autocensura, la crea­ción de temas intocables para los reporteros y la aceptación de la información oficial como si fuera la única se vuelven recurrentes cuando el financiamiento público es el principal ingreso del medio de comunicación. Sumado a esto, el medio comienza a crear un diálogo que no va dirigido a la población que lo lee. Los productos informativos que genera comien­zan a hablarle a quien le paga, el mensaje se comienza a mimetizar con el discurso oficial y se separa cada vez más de la realidad que viven los lectores.

Los mensajes de los medios comien­zan a alejarse de la realidad y los géneros que la describen, como los reportajes o las crónicas, se sustituyen por las columnas de opinión que hablan de todos los temas con autoridades morales e intelectuales sorprendentes. En su mayoría hombres blancos, heterosexuales con estudios en las mejores universidades de los Estados Unidos y con apellidos rimbombantes son los que hablan de lo que es ser mujer, de lo feo que es la discriminación, de lo dificil que está la situación laboral, de la travesía de la migración y de lo hiriente que es la pobreza. Televisoras, revistas y periódicos tienen equipos completos de opinadores que en su mayoría dicen lo mismo, lo único que cambia es el día en el que publican. Las opiniones sustituyen a los hechos con tal de acoplarse al mensaje de quien pagó.

El derroche del financiamiento público cambió con la llegada de Andres Manuel López Obrador a la presidencia. El gasto se redujo a la mitad en 2019 (4 mil 211 MDP) y nuevamente a la mitad en 2020 (2 mil 452 MDP)7. Con estos recortes se pensaría que los periodistas tuvie­ron en algún momento una época de vacas gordas, pero no hay nada más alejado de eso.

El dinero que se repartía se lo quedaban los dueños de los medios de comunicación y pocas veces llegaba a los periodistas. Los comunicadores que acaparaban varios medios y que estaban alineados con el discurso oficial también fueron beneficiados de esos millones a tal grado de hacer de sus nombre marcas de empresas multiplataforma que vendían cada espacio al mejor postor.

Mientras estas dos figuras se hinchaban de dinero, los reporteros que hacían el tra­bajo diario seguían con salarios bajos, sin prestaciones y con jornadas exhaustivas de trabajo. No niego que algunos periodistas de a pie recibieron y siguen recibiendo dinero o algún otro beneficio de parte de sus fuentes. Si es corrupción es condenable, pero es muy diferente la situación y las cantidades que se manejan entre un reportero mal pagado que recibe un teléfono, un carro, una computadora o unos miles de pesos y la situación de un dueño de un medio de comunicación mul­timillonario que recibe mensualmente más millones y millones de pesos. No se trata de justificar, pero sí de dimensionar.

Con la reducción del presupuesto público en este sexenio la respuesta de los dueños de los medios de comunicación fue reducir sueldos, contratar a más becarios y pasantes y correr empleados8. Esto generó que los que se quedaron fueran todavía más explotados y los sueldos no tuvieran una promesa de incremento. Sumado a esto, la denuncia de las cantidades repartidas en los sexenios pasados vino a estigmatizar el oficio del pe­riodista y el adjetivo de ser un “chayotero” o pertenecer a la prensa “fifi” se ha vuelto un lugar común. Se trata de algo irónico, ya que los dueños de los medios de comunicación siguen recibiendo varios millones del go­bierno, pertenecen a un consejo asesor del presidente y los señalados son los periodistas que siempre han sido mal pagados.

Actualmente, los medios ya no le saben hablar a sus audiencias porque se acostum­braron a hablarle al poder y este, al día de hoy, tiene una actitud completamente diferente. Las audiencias migraron a otras plataformas porque pocas veces encontraron su voz re­flejada en esos medios de comunicación que repetían lo mismo una y otra vez. Aunque el pastel del presupuesto público se sigue repar­tiendo de forma inequitativa y beneficiando casi a los mismos (Televisa y TV Azteca)9 las cantidades ya no son iguales.

Ahora los medios deben de ir a cerrar contratos de publicidad, pero antes deben de ir a recuperar esas audiencias. La solución, a mi parecer, no era correr a tanta gente, sino mejorar sus contenidos, escuchar a sus au­diencias y darle cabida a voces nuevas. Con trabajadores precarizados en sus condiciones laborales y explotados es una garantía que los contenidos van a ir en detrimento y las audiencias no van a volver jamás.

La irrupción de las redes sociales vino a modificar la forma en la que se gasta el dinero privado dedicado a la publicidad de las empresas. Utilizar anuncios en Youtube, Instagram o Facebook para llegar a nichos específicos de mercado puede llegar a ser más conveniente que pagar un anuncio en primera plana. Contratar a un youtuber que haga varias menciones de una marca termina siendo más rentable que anunciarse en el horario estelar de la televisión. Los flujos del dinero de la publicidad se han modificado y eso ha impactado en los ingresos de los medios de comunicación.

La migración a un formato digital ha fo­mentado la idea de gratuidad del trabajo periodístico y es más económico para un medio de comunicación pagar una suscrip­ción a una agencia de noticias que pagar a varios reporteros. Se deben de reducir costos y es más fácil tener a un par de personas bajando notas de internet que investigando en campo. La información termina siendo general y lejana. Las audiencias terminan viendo videos virales de internet en lugar de conocer la razón por la que el presupuesto en luminarias de su calle no se ha ejercido.

Los medios terminan emulando las di­námicas de las redes sociales en lugar de apostarle a la generación de contenido propio. Se termina mostrando una serie de videos chistosos, memes del momento e imágenes de gatitos en lugar de crear contenidos que le importen a las personas.

Correr y precarizar más a los trabajadores de los medios no va a venir a terminar con la crisis financiera que viven los medios de comunicación, pero si va a generar productos informativos más deficientes, lejanos de las audiencias y con calidades cada vez peores. La apuesta no debe de ser a la imitación de dinámicas de las redes sociales o la preca­rización del trabajo, al contrario, la apuesta debe de ser la creación de agendas propias, las propuestas de temas, la escucha a sus au­diencias y el mejoramiento de las condiciones de trabajo de los empleados.

Violencia a los periodistas y en todos lados

La violencia hacia a los periodistas se ha vuel­to una variable importante cuando se habla de la precariedad en el oficio. La noticia de un periodista asesinado se ha vuelto común. A un estudiante de ingeniería civil, de arqui­tecta o de medicina es casi imposible que le digan que por ejercer su profesión lo vayan a matar, para un estudiante de periodismo esto ya es recurrente.

La violencia contra los periodistas tiene su peor escenario con el asesinato, pero antes se puede pasar por una serie de hostilidades que afectan el trabajo diario. Amenazas, boicoteos, negaciones de información, hostigamientos, golpizas y hasta secuestros son algunas de estas. De acuerdo a cifras de la organización Artículo 19, del 2000 al 2009 se han registrado cerca de 3 mil 918 agresiones a periodistas y afirman que un periodista es agredido cada 10 horas10. Las cifras son alarmantes, pues solo de 2000 a la fecha han asesinado en México a 131 periodistas y la tasa de impunidad en estos casos llega al 99.13 por ciento.

México no sale de los primeros cinco países en donde es más peligroso ejercer el periodismo y eso no ha generado una indignación social. Las marchas que exigen justicia congrega casi siempre a las mismas personas u organizaciones y normalmente son los mismos periodistas los que se encuen­tran ahí. Los aquí llamados comunicadores no se inmutan cuando hay un asesinato de periodista y la sociedad ya no distingue entre tanta muerte la ausencia de un periodista, de una mujer, de un policia o un joven.

Los reporteros y periodistas no han podido comunicar a la sociedad la importancia de defender la vida de los que ejercen el oficio y la función que juega la prensa. La sensibi­lización de las personas se complica porque se tiene un discurso predominante que mez­cla comunicadores, periodistas, medios de comunicación, reporteros y opinadores en un mismo todo.

La prensa y los periodistas se confunden con los rostros de esos comunicadores que aparecen en todos lados y no paran de repetir el discurso de quien les paga. La prensa y los periodistas se mezclan con los rostros de los dueños de los medios de comunicación que manejan empresas en todos lados y no paran de hacerse ricos.

Y si nos ponemos a pensar, los periodistas de a pie no tienen un rostro o alguna institu­ción u organización que los identifique ante la sociedad y los diferencie de esos otros actores del juego mediático. De los reporteros solo conocemos sus nombres con los que firman y cuando es en contextos de violencia ya ni eso se puede hacer. Cuando la firma es de la redacción, el joven recién salido de la carrera que se dedica a transcribir notas de agencia todo el día no tiene un rostro. El reportero de televisión que solo es recordado cuando se cae en un charco de agua no tiene quien lo represente. El locutor de radio que solo tiene como seña de identificación su tono de voz no tiene a quien acudir si lo despiden al día siguiente por hablar de un tema delicado. El reportero amenazado por decir que el hijo del jefe de la policía iba bien pedo manejando no tiene a quien acudir para sentir seguridad al hacer su trabajo. La reportera que ya fue desaparecida por cubrir la nota roja no tiene una institución que le responda a su familia. El periodista que denunció al gobernador cacique y que fue encontrado muerto sim­plemente no tiene justicia.

Los periodistas no han sabido comunicar la importancia de su trabajo para la sociedad, pero no porque no se quiera, sino porque no es algo fácil. Las malas condiciones laborales, las jornadas extenuantes, los bajos salarios y esos discursos de competencia voraz han fragmentado al gremio.

Cuando se mata a un periodista poco se ha sabido comunicar la cadena de afectación que genera. Su muerte produce un silencio  de los temas en los que estaba trabajando y ejerce la peor de las censuras. Su muerte es una tragedia para su familia a tal grado de generar enfermedades o dejar la ciudad en la que vivían. Impacta al medio en el que trabajaba al fomentar la autocensura, se crean ambientes de hostilidad y miedo constante. Afecta a los compañeros del periodista, pues saben que no se deben de meter con ciertas personas y temáticas y les recuerda que tan vulnerables son. Para las personas porque ya no tienen la confianza de hablar sobre sus problemas, pues el que tenía una voz y denunciaba ya está muerto. Es un ataque a la comunidad porque ya no hay quien alerte de los abusos de los gobernantes y los poderes fácticos. La creación de zonas de silencio producidas por la muerte de un periodista permiten la impunidad y el sometimiento.

La memoria histórica de las regiones tam­bién es una pérdida que se da cuando un periodista muere. Las fuentes periodísticas son fundamentales para los estudiosos de la historia y si no hay quien registre los sucesos pocos sabremos de dónde venimos y cómo es que los problemas presentes se generaron. Sin una memoria histórica los errores de las sociedades se pueden repetir una y otra vez.

Por último, es importante recordar el pa­pel que juega la prensa para la salud de las democracias. Sin tener a alguien que diga que ha sucedido en otros lados, que describa las deficiencias de los gobernantes en turno, alguien que pueda plantear preguntas a los que están en el poder y ejercen el presupuesto público es complicado que la gente pueda saber quien es el mejor al momento de votar. Para ejercer un sistema democratico es fun­damental que el proveedor de información tenga credibilidad antes lo ciudadanos y su información sea veraz y útil para que así los ciudadanos puedan decidir y actuar.

La exigencia de rendición de cuentas a los funcionarios, la denuncia de los abusos de los empresarios, el lugar donde se pueden enfrentar civilizadamente y con argumentos diferentes puntos de vista, el espacio de difu­sión de ideas son algunas de las aportaciones que también genera la prensa y el periodismo para la democracia. En un país donde los periodistas no tienen garantías para su se­guridad, en un país con cada vez más zonas de silencio es difícil creer que el sistema en el que vivimos sea una democracia.

Conclusiones

La precarización laboral de los periodistas de a pie tiene repercusiones en diferentes ámbitos. La calidad del periodismo que ge­neran, la deficiencia de la información que proporcionan, el deterioro de la salud de los trabajadores, la falta de propuesta en los contenidos, la creación de zonas de silencio, la autocensura, la desaparición de secciones y la creación de temas intocables son algunas efectos que genera la situación laboral actual.

La visión mezquina de los empresarios de los medios de comunicación que no generan puestos con salarios dignos, los contextos de violencia en los que trabajan los periodistas y la crisis del financiamiento público y privado de los medios de comunicación y del perio­dismo son tres elementos que se analizaron en este ensayo, pero no son los únicos. Cada dinámica laboral de los periodistas responde a su propio contexto, se va modificando día con día y depende de la región en la que se ejerce y el medio en el que se encuentra.

Actualmente, el periodismo es un oficio en donde se paga poco y se trabaja y arriesga mucho. Es bonito seguir el hilo del discurso que romantizar la labor del periodista, es bonito llenarse la boca con las palabras de un premio Nobel al decir que es el mejor oficio del mundo, pero la realidad dicta otras cosas. Sin duda quienes ejercen el periodismo lo hacen porque les da cierta satisfacción, porque cumplen con algo en lo que creen o simplemente porque la vida los llevó por ese camino.

Lo cierto es que las condiciones del grueso de los periodistas es mala y es momento de cuestionarse las causas y consecuencias que genera esto. La solución no puede llegar solo de un lugar, ya que son diferentes los factores que generan la precarización laboral. Los dueños de los medios, los mismos periodistas, los comunicadores y el gobierno deben de coordinar esfuerzos para poder discutir los temas y modificar las condiciones laborales.

Los dueños de los medios de comunica­ción son poco solidarios con sus trabajadores y no tienen la sensibilidad para percatarse de la importancia de su trabajo para la sociedad. Aunque seamos realistas, los dueños de los medios son los que menos van a querer realizar un cambio, pues a ellos les resulta redituable tener contubernios con el gobierno, tener una vitrina en la que puede defender sus interes en otros negocios y tener una plantilla laboral barata y fácil de reemplazar.

El hecho de que haya cada año oleadas y oleadas de estudiantes de periodismo que salen de las universidades en búsqueda de trabajo hace que se pueda despedir a traba­jadores con la mano en la cintura y tener la certeza de que el puesto va a ser ocupado inmediatamente. Una alternativa sería que las universidades deben de preparar a los estudiantes para poder autoemplearse ellos mismos, fomentar la creación de alternativas para publicar, dar información de derechos laborales, no fomentar la competencia des­piadada entre pares, dejar de normalizar la explotación laboral y no romantizar al periodismo.

El gobierno, como actualmente se ha he­cho, debe de dejar de invertir excesivamente en publicidad oficial, pero sobre todo se debe de legislar para crear una nueva ley de re­partición equitativa, clara y transparente de los recursos públicos. La ley que se encuen­tra vigente actualmente es la llamada “Ley Chayote” y solamente viene a formalizar la inequidad en la repartición y arbitrariedad para definir quienes son los beneficiarios.

Sumado a esto, el gobierno debe invertir ese dinero que le da a los medios privados a los medios públicos. Los medios públicos en este país se han visto abandonados por mucho tiempo, pese a ser generadores de contenidos útiles y de calidad. Pueden ser un instrumento de comunicación y difusión que tiene probabilidades de ser muy redituable para el gobierno si tienen dinámicas diferentes a las que mueven a los medios privados. Mejorar las condicio­nes de sus trabajadores, respaldar nuevas voces, escuchar a las audiencias, proponer temas y hacer periodismo bien hecho son elementos que pueden arrojar resultados diferentes para los medios, los trabajadores y las audiencias.

Los periodistas, a su vez, deben de mo­dificar las dinámicas de competencia y mezquindad actuales y buscar la unión, el diálogo y la solidaridad entre los iguales. Me parece que la ventana de oportunidad está en la creación de una conciencia labo­ral mucho más humana desde las nuevas generaciones que entran a losmedios de comunicación. Se debe de saber comunicar las causas del periodismo y saber sensi­bilizar a la sociedad de la importancia de cobijar a sus periodistas.

Por último, es necesario también una educación mediática de parte de la pobla­ción. Se necesita saber diferenciar a los actores de los medios y saber discriminar lo que es una información útil de la que es es publicidad disfrazada. Es necesario que las audiencias investiguen quienes son los dueños de los medios y los diferencien de los periodistas de a pie. Se necesita que haya un mayor conocimiento de cómo funcionan las dinámicas de información y ejercer una mayor crítica a los contenidos de los medios privados para así poder dar mensajes claros a sus dueños por medio de la preferencia de las audiencias.

Estas solo son algunas ideas que pue­den abonar a cambiar la situación de los trabajadores de la información, pero no son las únicas. Lo que queda claro es que ya no se puede seguir así porque los únicos beneficiarios son los grandes empresarios y los más afectados son los trabajadores explotados y las audiencias que cada vez tienen peores contenidos. Se necesita que las audiencias y periodistas demanden lo que se merecen, mejores contenidos y condiciones para trabajar.

Bibliografía

Villafranco, Gerardo (29 de octubre de 2020), Los 25 peri­odistas más populares en Twitter, https://www.forbes.com. mx/los-25-periodistas-mas-populares-en-twitter/

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Referencias

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2 INEGI, (29 de octubre de 2020), ESTADÍSTICAS A PROPÓSITO DE LAS PERSONAS OCUPADAS COMO PERIODISTAS Y LOCUTORAS, https://www. inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2020/ LibertadPrensa2020_Nal.pdf

3 Touriere, Mathieu, (28 de octubre de 2020), Once familias controlan las noticias que recibe la mayoría de los mexicanos, https://www.proceso.com.mx/reportajes/2018/3/21/once-familias-controlan-las-noticias-que-recibe-la- mayoria-de-los-mexicanos-201922.html

4 San Martín, Neldy, (28 de octubre de 2020), México, el país más peligroso para periodistas en 2019 en América,https:// www.proceso.com.mx/nacional/2020/4/21/mexico-el-pais-mas-peligroso-para-periodistas-en-2 019-en-amer­ica-241674.html

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13 de julio de 2021