Ética y doble moral de los medios
Periodismo

Ética y doble moral de los medios

Gerardo Albarrán de Alba*

La nota roja: de escuela práctica de periodismo al comercio de la desgracia

Alguna vez fue la escuela de reporteros. Ahí llegaban todos los novatos que aspiraban algún día a firmar con su nombre grandes reportajes y coberturas trascendentes. Era el lugar donde se adquirían las habilidades básicas de la investigación y se desarrollaba el olfato periodístico. Ahí se afilaban los reflejos en la hora de cierre y, sobre todo, se entendía cómo tratar con “el otro”, en este caso, las víctimas y sus familiares, a partir de dilemas éticos que debían enfrentar a cada momento. Era la nota roja, la fuente en la que se forjaron grandes periodistas en la primera mitad del siglo XX.

Ya no más. Hoy, la cobertura de notas policiacas es el resumidero de las miserias deontológicas de la industria periodística. A la actual proliferación de miserables tabloides, le antecede La Prensa (fundado en agosto de 1928) y su tristemente célebre doble plana central, y el extinto semanario Alarma! que circuló de 1963 a 1986 y de 1991 a 2014 no sólo en México, sino también en Estados Unidos, Francia, Holanda, Bélgica y Japón, y que ha sido objeto de estudio académico en el mundo como arquetipo de la prensa sensacionalista.

Las secciones policiacas de los periódicos generalistas y los noticieros de radio y, sobre todo, de la televisión, violentan derechos fundamentales de víctimas y victimarios por igual, como el derecho a la propia imagen, a la intimidad, al honor, a la vida privada, a la presunción de inocencia.

Plantarse frente al puesto de periódicos es asomarse al escaparate depravado de la violencia más cruda, las imágenes más siniestras, la deshumanización y el más grande cinismo de una cierta prensa que se presume a sí misma como ética, pero que en la trastienda sostiene las más vulgares publicaciones dedicadas exclusivamente a lucrar con la tragedia y el morbo ajenos.

Así ocurre con periódicos como Reforma, que nació en 1993 con una aureola ética aclamada a los cuatro vientos como principal elemento diferenciador del resto de la prensa capitalina. Con sus tabloides Metro –con ediciones en la Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, Mérida, León, Puebla y Morelia–, Grupo Reforma no tardó en mostrar su apetito por las ganancias fáciles, merced a la nota roja.

O, El Universal, que al celebrar en 2015 su centenario invitó a Fernando Savater, autor del célebre ensayo Ética para Amador, y presume en su código de ética que “no explota la tragedia de terceros con el fin de generar mayor lectoría o audiencia, por lo que rechaza la información y los contenidos de corte sensacionalista, lo que incluye textos o imágenes expresas de víctimas de la violencia”, pero su tabloide El Gráfico hace su principal comercio del crimen y de la exhibición de tragedias.

Es el periodismo como coartada que emboza su interés primario: el dinero antes que el lector, la ganancia antes que la audiencia. El morbo como mercancía. La prensa como mero instrumento de lucro.

Indignidad periodística

Perpetuador de machismos, misoginia, homofobia, clasismo, racismo, xenofobia y todo tipo de estereotipos, la nota roja regurgita crímenes, accidentes, tragedias. Pasamos del muy estudiado fotoperiodismo de Enrique Metinides y su macabra capacidad para resaltar la estética de la muerte, a la sangre a borbotones y la impudicia de cadáveres como espectáculo vulgar. La violencia gráfica es el ingrediente básico.

Mientras más truculentas la narrativa y las fotos que le acompañen, más eficaz el marketing sensacionalista. A mayor crueldad, más morbo. A mayor escándalo, mejor impacto y ventas. La dignidad y los derechos humanos, pisoteados. La ética, proscrita.

Uno de los casos más ilustrativos es el tele montaje orquestado en “Noticieros Televisa”, la mañana del 9 de diciembre de 2005, cuando Carlos Loret de Mola transmitió “en vivo y en directo” 40 minutos continuos de un operativo de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) comandado por Genaro García Luna (director de ese aparato policiaco en la administración del panista Vicente Fox y secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón), donde se mostraba la detención de la francesa Florence Cassez y el mexicano Israel Vallarta, supuestos integrantes de la banda de secuestradores “El Zodiaco”, al que enviaron a cubrir al reportero Pablo Reinah. TV Azteca hizo su propia cobertura con los reporteros Ana María Gámez Escobar y Miguel Israel Aquino Gutiérrez.

Siete años tardó Loret de Mola en admitir el engaño; lo hizo el 21 de enero de 2013, dos días antes de que Florence Cassez fuera absuelta y liberada de los cargos que le habían valido una condena de 60 años de prisión. “Yo no me di cuenta de este montaje, no me di cuenta de esta trampa”, se justificó el entonces titular de “Primero Noticias”, el mismo espacio donde se había prestado a la falsificación informativa.

Lo mismo hizo Javier Alatorre, conductor de “Hechos”: que trató de deslindar a TV Azteca: “Es importante destacar que los primeros engañados fuimos los medios de comunicación que respondimos a la invitación de la entonces Agencia Federal de Investigación (AFI) de Genaro García Luna, quien con tal de publicitar sus capturas mintió a los medios y mintió a la sociedad”.

El argumento de la defensa de la ciudadana francesa para conseguir su liberación fue precisamente la simulación y transmisión del falso operativo. Tanto Cassez como Vallarta habían sido detenidos un día antes, el 8 de diciembre.

Cassez tuvo suerte. La presión internacional y el conflicto que se generó en 2009 entre la administración del panista Felipe Calderón y el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, contribuyeron a su exoneración y la orden de inmediata liberación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) por las burdas violaciones cometidas por García Luna, aunque eso habría de ocurrir hasta 2013, ya en el sexenio de Enrique Peña Nieto y en la presidencia gala de Francois Hollande.

Para Israel Vallarta, el otro detenido en el mismo tele montaje, la historia ha sido distinta: lleva 15 años en la cárcel sin haber recibido sentencia. Entre los magistrados que entonces promovieron la liberación de Cassez estaban Arturo Zaldívar, actual presidente de la SCJN, y la ahora secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.

Televisa y TV Azteca nunca han aclarado la forma cómo se organizó y produjo el tele montaje que, por cierto, no había sido el primero: el 22 de septiembre de 2005, TV Azteca transmitió en vivo la “liberación” del entonces técnico del equipo de futbol Cruz Azul, el argentino Rubén Omar Romano, que llevaba 65 días secuestrado, en otro supuesto operativo de la AFI, que le valieron a García Luna los airados reproches de Televisa por haber sido excluida de la “primicia”.

El caso de Florence Cassez e Israel Vallarta llevó al despido del reportero de Televisa Pablo Reinah el 6 de febrero de 2006 acusándolo de complicidad en el tele montaje orquestado por García Luna y transmitido por Loret de Mola. Versiones periodísticas han sostenido que la falsa noticia fue un acuerdo entre García Luna y el vicepresidente de Información de Televisa, Amador Narcia, quien en 2012 se vio involucrado en la detención de 18 mexicanos en Nicaragua en una caravana de seis camionetas con el logotipo de Televisa que cruzaron Centroamérica transportando droga y 9.2 millones de dólares. Los detenidos portaban acreditaciones de Televisa firmadas por Narcia. En este caso, Televisa protegió a su empleado.

En abril de 2007, Reinah ganó una demanda contra Televisa y contra la AFI, al mismo tiempo que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos le dio la razón en una queja en la que negaba haberse prestado al tele montaje que el propio García Luna ya había reconocido como hecho “a petición de las televisoras”. Hoy Pablo Reinah trabaja en UnoTV, una empresa de América Móvil, la cuarta compañía de telecomunicaciones más grande del mundo, con presencia en 18 países de este continente, parte de Grupo Carso, de Carlos Slim. Además, el ex reportero de Televisa se dedica a la “capacitación de voceros”.

Agustín Acosta, uno de los abogados que consiguieron la liberación de Florence Cassez, declaró entonces que se había sentado precedente para no tolerar más las violaciones a los derechos humanos en México. Ni de lejos fue así, pero al menos Genaro García Luna fue detenido el pasado 10 de diciembre en Dallas, Texas, acusado de recibir sobornos del cártel de Sinaloa. En 2013 había sido incluido en la lista Forbes de las 10 personas más corruptas de México. Para Televisa y TV Azteca no hubo ninguna consecuencia.

México como personaje de novela negra

La prensa mexicana no inventó el sensacionalismo, por supuesto. La espectacularización de las noticias es consubstancial a la prensa, en particular a partir de su masificación. Los grandes ejemplos son el The New York World, propiedad de Joseph Pulitzer, y el New York Journal, de William Randolph Hearst, que cobijaron en sus páginas a El Niño Amarillo, creado por el dibujante Richard Felton Outcault a finales del siglo XIX, que publicaba Hearts, pero que Pulitzer copió contratando a otro dibujante. El personaje dio nombre a la prensa amarilla, como empezaron a llamar los periodistas a la falta de ética y rigor de los tabloides de esos magnates, a los que calificaban de indecentes.

Pero no siempre ha sido así. En México, el gran reportero de policía desde los años treinta hasta los cincuenta del siglo pasado fue Eduardo Téllez Vargas. Incluso en los sesenta todavía marcaba pauta. Célebre por su audacia y cinismo para acceder a la información, al Güero Téllez se le recuerda por las grandes historias que escribió en torno a crímenes de época, como los de Goyo Cárdenas, “el estrangulador de Tacuba”, y el asesinato de León Trotsky, cuya muerte presenció en el quirófano de la Cruz Verde al que se coló disfrazado con uniforme de médico.

La nota roja no es sólo el viejo entretenimiento del vulgo, es la crónica del país mismo, como diría Vicente Leñero. Así lo evidenció el caso de Las Poquianchis, asesinas seriales que entre 1954 y 1964 controlaron varios burdeles en Guanajuato y Jalisco donde esclavizaron y mataron a decenas de mujeres –la mayoría menores de edad– y a sus bebés, si llegaban a nacer, además de a varios clientes. Oficialmente, sus víctimas fueron 91 personas, pero se llegó a calcular que fueron más de 150. El caso fue ampliamente cubierto por Alarma! que puso énfasis en supuestos ritos satánicos y prácticas de canibalismo, y fue llevado al cine por Felipe Cazals, en 1976, con un guion adaptado de Tomás Pérez Turrent y Xavier Robles.

Compilación sociológica es El Libro Rojo 1520-1867. Hogueras, horcas, patíbulos, martirios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras, con textos de Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, Juan A. Mateos, Rafael Martínez de la Torre y Francisco Zarco, grandes plumas que narraron sucesos que sacudieron al país. La continuación de esta obra abarca cuatro tomos, coordinados por Gerardo Villadelángel Viñas, que abarcan sucesos desde 1868 hasta 1993.

En la tradición de la literatura no-ficción de Truman Capote y Norman Mailer o, incluso más próximo, de Emmanuel Carrère, hace casi dos años Jorge Volpi ganó el Premio Alfaguara con Una novela criminal, la historia de Florence Cassez e Israel Vallarta, con todo el énfasis en el amañe de la justicia y sus componendas con televisoras y reporteros sin escrúpulos que se prestaron a uno de los montajes mediáticos más cínicos de que se tenga memoria.

Ya a mediados de los ochenta, Vicente Leñero elevó la crónica policiaca a género literario con Asesinato, el doble crimen de los Flores Muñoz, que desgranó la ficción de la vida pública mexicana. Es un reportaje novelado sobre el asesinato a machetazos de Gilberto Flores Muñoz, exgobernador de Nayarit y entonces director de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera, y su esposa, María Asunción Izquierdo, a manos de su nieto, Gilberto Flores Alavez, un parricidio que sirvió para pergeñar las novelas Mitad oscura, de Luis Spota, y Los cómplices, de Luis Guillermo Piazza.

En esa misma década, en las páginas de los periódicos comenzaron a convivir las ya tradicionales viejas notas policiacas de folletín junto con los grandes casos de corrupción policiaca estelarizados por jefes policiacos como Arturo El Negro Durazo y Francisco Sahagún Baca. La irrupción de los grandes narcos y la cada vez más abierta presencia de los cárteles de la droga y sus nexos con los políticos exacerbaron la nota roja mientras hacían lucir al país cada vez más como una novela negra.

En esa línea se inscriben las grandes crónicas y reportajes de Gabriel García Márquez, como La verdad de mi aventura, la serie de 14 entregas con la historia del hundimiento del destructor ARC Caldas, de la Armada colombiana, construida a partir de entrevistas en el hospital con el único sobreviviente, el marino Luis Alejandro Velasco.

Publicadas entre el 5 y el 22 de abril de 1955 en El Espectador –que disparó su circulación en esos días–, García Márquez reveló que el barco zozobró, ingobernable durante una tormenta, por la gran cantidad de electrodomésticos de contrabando que rebozaban la cubierta. Las 14 narraciones fueron recopiladas en un suplemento especial publicado en ese diario el 28 de abril y 15 años después, en formato libro, como Relato de un náufrago.

Apenas un año antes, García Márquez había llegado a Bogotá para ingresar al diario El Bogotano, gracias a los buenos oficios de su gran amigo Álvaro Mutis, donde se inicia como crítico de cine. Unos meses después, el joven reportero fue enviado a Medellín para contar cómo un cerro se deslizó sobre una invasión de terrenos. En esa tragedia García Márquez lucirá sus dotes narrativas y reporteriles en crónicas que se publicarán durante tres días seguidos a principios de agosto de 1954.

Muchos cronistas latinoamericanos han encontrado en los sucesos una fuente rica en claroscuros humanos y sociales de los que se nutre la literatura. El rastro de los huesos, de Leila Guerriero, un reportaje sobre cómo volver a la vida a los desaparecidos en la dictadura argentina gracias al análisis forense de sus restos, o El sí de los niños, de Martín Caparrós, una investigación sobre el turismo pedófilo en Sri Lanka, o El violento paisaje de las maras, de Alma Guillermoprieto, que salta de las guerrillas a las pandillas en El Salvador, por ejemplo.

Reporteo exhaustivo, riguroso. Narrativa poderosa.

La violencia y la muerte que ha hecho metástasis en la sociedad mexicana se cuenta mejor en reportajes de gran aliento publicado en libros. Julio Scherer García hizo escuela con El indio que mató al padre Pro, Secuestrados, La Reina del Pacífico y Niños en el crimen. Ahí están también los ocho libros de Javier Valdés, asesinado el 15 de mayo de 2017, entre los que sobresalen Malayerba, Miss Narco y Narcoperiodismo. Y Diego Osorno con La guerra de los Zetas y El cártel de Sinaloa. Y Alejandro Almazán, con Chicas Kaláshnikov y otras crónicas. Y decenas y decenas de periodistas que omito porque no acabaría de mencionarlos.

La nota roja ha ocupado un lugar central en la historia del periodismo mexicano, desde las páginas del porfirista El Imparcial hasta los tabloides que hoy se venden en las principales avenidas de todo el país, haciendo un gran comercio de la insania sádica. La representación del crimen en el imaginario colectivo se funda no sólo en el morbo individual, sino en los temores sociales que son explotados sin escrúpulos, al extremo de violentar derechos humanos con el mayor cinismo y la más absoluta impunidad.

En cualquier caso, la nota roja debería servir no sólo como catarsis colectiva, sino como pistas antropológicas para desentrañar las miasmas de crímenes paradigmáticos que son la representación social de la violencia y de la corrupción gubernamental que la acoge y la alimenta. Es una forma de explicarnos y entendernos.

Para eso debemos apelar al buen periodismo, no sólo al literario y sus grandes crónicas, sino a verdaderos reporteros que informen y expliquen en sus notas diarias, no a los sicarios de la pluma que trabajan para medios mercenarios.


* Periodista, defensor de la audiencia de Ibero 90.9, en la Universidad Iberoamericana, y del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de la Universidad de Guadalajara (Canal 44 y Radio UdeG). Es presidente del Consejo Consultivo del Mecanismo de Protección Integral para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Ciudad de México. Tiene estudios completos de Doctorado en Derecho de la Información.

Publicado en el edición #239 de revista Zócalo (enero 2020).

9 de diciembre de 2020