Gabriel García Márquez murió en Zacatecas
Periodismo

Gabriel García Márquez murió en Zacatecas

Milo Montiel Romo

En clase se presentó. Soy Gabriel García Márquez y el tema de la sesión versó acerca de él, ¿qué más podría hacer?

Hablamos de Ojos de perro azul con todo y su historia de quienes se encuentran en sueños y que al despertar escriben Ojos de perro azul en las bardas para dejar una pista y encontrarse en la vigilia con quien se soñaba. Platicamos en esa asamblea forzada que es la clase, del coronel que esperaba siempre la carta que nunca llegaba junto a su gallo.

Recordamos a Macondo con su existencia inexistente; su lluvia que huele a hierba inundada y olvido; sus soledades y su historia que se pierde hasta el olvido. Y con los días pudimos platicar de la Crónica de una muerte anunciada y su relato del asesinato de Santiago Nasar que gobernaba la hacienda de su difunto padre y estaba comprometido con Flora Miguel.

Un día, aquel muchacho homónimo de “El Gabo”, dejó de asistir a clase. Poco tiempo después yo también. En ese entonces yo trabajaba en Jerez, Zacatecas, para un colegio que es primaria, secundaria, preparatoria y universidad. La preparatoria se había quedado sin profesor de literatura y como yo tenía un par de horas vacías cubrí esas horas. Ahí estaba el Gabo jerezano.

Tiempo después lo encontré (el mundo del municipio es muy pequeño) en estacionamiento de un Oxxo, recargado en su camioneta lobo, rodeado de dos o tres muchachos más, con una cerveza en la mano, cinto piteado, botas y sombrero. Él me llamó, me saludó con gusto y se ofreció a pagar lo que yo fuera a consumir en la tienda. Le dije que no con una sonrisa. Una pistola se asomaba en la cintura por la espalda.

Me despedí y no lo volví a ver. Comentaban en la escuela que se metió de “halcón”. Meses después lo mataron.

Los niños y adolescentes se han convertido en la cantera de los ejércitos que conforman el narcotráfico como parte de una ingobernabilidad prevaleciente en el país. Su incursión en la actividad delictiva es resultado de una crisis del sentido de pertenencia y de un desgaste en los símbolos del orden institucional, que propicia que el narco genere sus propios signos, normas y rituales. Estar ahí representa una solución individual al fracaso del sistema porque no hay otra manera de hacerlo ante la precariedad del empleo, la seguridad social y la educación.

En Zacatecas y en muchos estados de la República, las personas están sumergidas en una pobreza estructural que aplasta a tal nivel que ya no es vista. La pobreza patrimonial y alimenticia provoca pocos sueños en la niñez, uno de ellos es crecer para migrar y tomar el camino hacia el norte. El ahorro para pagar al “pollero de la familia” es prioritario sobre el gasto de la escuela.

También hay quien crece para soñar ser parte del narco. Apuestan a dos o tres años “buenos”, con sus 5 mil pesos, pistola y camioneta a vivir años sumidos en el vacío de la falta. La pobreza siempre arrastra otras pobrezas, destruye la posibilidad de soñar y con ello, la posibilidad de construir familia, paz, cultura. Puede, si no se combate la ignorancia y los valores de comunidad y patria, destruir la empatía, la solidaridad. Los niños (y cada vez más, las niñas) en ser parte del narco y llenar la vida de violencia, la imagen del dinero y el poder de la fuerza de los grupos delincuenciales.

Tenemos que pelear con el crimen su base social y su capacidad de restituir las bajas que sufren en los enfrentamientos con otros grupos y con las policías, Ejército, Marina o Guarida Nacional. México tiene que recuperar a sus jóvenes con trabajo, con escuela, pero también con estrategias que les muestre el valor de una sociedad fundada en el respeto y la paz. Todo esto al mismo tiempo que se da la lucha para debilitar la fuerza económica y de fuego del narco que provoca ese espejismo por el que, cada vez más jóvenes, ven en ellos una posibilidad para alcanzar un bienestar efímero.

Enseñar a vivir en paz y por la paz es apostar por creación de instituciones no sólo de enseñanza y trabajo, es impulsar proyectos para enseñar a soñar y construir utopías, y eso no se puede construir sin impulsar estrategias paralelas para derrotar al narco en el territorio y el los canales del dinero.

La vida de El Gabo fue la crónica de una muerte anunciada. No tuvo otra vida porque no había nada más que hacer; porque no pudo imaginar otro camino.

3 de junio de 2022