Hay madrugadas muy frías que nadie debería mirar
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Hay madrugadas muy frías que nadie debería mirar

Rodrigo Coronel

Hay madrugadas como puños, como navajas. Hay madrugadas que dejan seco y dolorido a quien las vive. Hay madrugadas que son una familia estupefacta, que se mira sin saber qué decir, que no sabe nombrar la desgracia. Hay madrugadas que son un sollozo que se atora en la garganta, una sorpresa nefasta, un balbuceo. Hay madrugadas que son un aspaviento, un mesarse los cabellos despeinados. Hay madrugadas muy frías que no debieron existir. Hay llamadas que nadie debería hacer, que nadie debería recibir. Gritos que nadie debería gritar.

La madrugada del 20 de enero un auto se partió en dos. En él viajaba mi primo como copiloto (insisto: como copiloto). Un hombre de 29 años con un futuro luminoso. Era capitán de avión, era joven y estaba enamorado. Murió al instante. ¿Qué pensó cuando el auto anduvo sin dirección, a la pura inercia de la velocidad?, ¿sospechó su final? La muerte también es un alarido de fierros que se retuercen y cristales que estallan. ¿Los escuchó?

Esa misma mañana, la imagen del auto partido siguió la ruta habitual de los hechos terribles que acompañan la vida en la ciudad. Dos reporteros, de dos diferentes televisoras, dieron cuenta del acontecimiento. Ambos dedicaron unos cuantos segundos a comentar el hecho y no perdieron oportunidad de señalar el mismo lugar común con que comentan sucesos similares: “desafortunadamente murió un hombre” o “lamentablemente una persona perdió la vida”. Luego pasaron a otra cosa. Uno reportó el fin de un incendio y el otro enumeró las indicaciones del programa “Hoy no circula”. Y nada más.

De tan cotidiano, hemos dado por sentado que los noticiarios de casi todos los canales dedican parte de su programación a narrar hechos trágicos como éste, sin mayor propósito que la delectación morbosa del ¿respetable? auditorio. Baste atravesar el páramo de la programación televisiva para ver replicado, una y otra vez, el mismo accidente fatal. Porque todos los accidentes son el mismo accidente: llantas que miran al cielo, vidrios reventados, fierros torcidos y sangre en el pavimento. Lo único distinto son las familias que miran horrorizadas la imagen que, siempre inesperadamente, protagonizan sus propios miembros.

Una ciudad que se lee, pero sin forma

Esta ciudad nuestra no sólo se habita, también se lee, y la “nota roja” es el correlato de la vida en estas calles, en estas avenidas. La literatura de la ciudad no está nada más en los poemas de Efraín Huerta o en las crónicas de Carlos Monsiváis, como pensábamos ingenuamente los que no conocíamos el rostro más cruel de la metrópoli. Las otras letras de la ciudad están agazapadas en las vergonzosas secciones de “nota roja”, en esa prensa fácil cuyo único objeto es deleitar los ojos morbosos de sus consumidores.

De tan común, casi nadie se pregunta ahora sobre el “interés” que despiertan hechos así. ¿Quién se sentiría legítimamente interesado en conocer el catálogo de choques fatales que la Ciudad de México ofrece a sus habitantes noche tras noche?, ¿qué sacan en limpio quienes consumen esa información?, ¿qué parte de su día a día depende de saber si un coche se partió a la mitad o si un camión se volteó en Periférico?

La relación tumultuosa e inconexa de estos hechos en los medios de comunicación sólo hace más injustificable ese periodismo de imágenes brutales y comentarios falsamente condolidos. Sin contexto, una noticia no es más que una aparición sin consecuencias, un anacoluto de la realidad caótica. ¿De qué sirve saber si ayer en la noche hubo dos, tres, 14 accidentes en automóvil y si se perdieron una, cinco o 22 vidas en ellos?, ¿qué sale en blanco y negro de ese conteo? Si acaso hubiera algo más en toda aquella obsesiva enumeración, algún dato clarificador, una variable que se repite, que escapa a nuestra vista y que hace inteligible la frecuencia de los accidentes, alguna conclusión que fuera más allá de la pura mención de los acontecimientos… Pero nada. Así, la narración de un choque es sólo una concesión más al malsano apetito que las imágenes y los hechos de la muerte causan entre personas de una constitución peculiar.

(Que no se me tache de censurador. Ante la disyuntiva de publicar o no, siempre me decanto por la primera opción. Entiendo el espacio que ocupan, por ejemplo, la relatoría de los hechos de violencia. De ellos extraigo más información que de la descripción de un cuerpo destruido tendido en el asfalto. La consignación de un hecho delictivo en una nota en televisión o prensa escrita tiene por contexto, necesariamente, el siempre ajetreado panorama de la seguridad pública en el país y su deficiente mantenimiento. Otra vez: ¿qué abonan a la discusión pública las fotos atroces de coches y cuerpos destruidos por un accidente?)

La “nota roja”: una ventana

La frecuencia con que estos hechos salpican de sangre los televisores de millones de personas en México, no sólo habla de la calidad de nuestros medios sino de sus consumidores. Rara vez nos fijamos en ellos, y es que hasta hace algunos años el “consumidor promedio” de noticias era un misterio. Ahora, las redes sociales lo han desplazado de la pasividad anónima de su sala a interactuar activamente con el desarrollo de los acontecimientos. Parecía una buena idea, pero poco a poco ese “consumidor promedio” asomó la cara y se dejó ver majadero y cruel. Por supuesto, excepciones las hay.

Las dos televisoras que reportaron el accidente de mi primo, Televisa y TV Azteca, llevaron la noticia a YouTube. Recojo aquí los peores comentarios, los más crueles y miserables, al video “Muere automovilista tras perder el control en Circuito Interior – Las Noticias” (https://www.youtube.com/watch?v=fkY06ls6XeY), y pongo a su costado el nombre de quien los escribió, casi siempre un apodo porque, imagino, difícilmente alguien sostendría con su nombre de por medio esta clase de expectoraciones. La ortografía es sólo suya:

        -Martyn Guerrero: “Que bueno… ¡que se fue sólo! (y no afecto a 3ros)…” (sic).

        -Bashaq khan. El comandante de los fieles: “A mi lo que me dolio es Como quedó el carro J. Que se muera quien see Tenga que morir ya son muchos hay sobrepoblación” (sic).

        -Sthepen Hawking (sic): “Yupi !! Aprendio la leccion!! Xd xd xd xd xd xd! En el infierno tambien vas a correr? Xd xd xd” (sic).

        -Jake Snakes: “Que descanse en paz este Don Nadie Toretto que se sentía bien v3rg4s manjenado a lata velocidad predendiendo que está en Rápido y furioso” (sic).

        -AMX_: “Así iría el ogt” (sic).

        -Rodolfo Godinez: “Otro Dominique Toretto menos”.

        -Victor Mendoza: “Los autos de plástico y el cerebro de los conductores de    chorro” (sic).

        -Paquita Cabeza: “A cuánto vendria ese animal , SELECCIÓN NATURAL” (sic).

        -Jonatan ramirez montiel: “Pues no es lamentable, él se lo buscó por manejar a acceso de velocidad, si hubiera sido lamentable si hubiera matado gente inocente” (sic).

        -Oso panda: “Un imprudente menos en la vía… carecemos de educación vial” (sic).

¿Nos lo habrían dicho a la cara?, ¿se lo habrían dicho a su padre, mi tío?

Esto son.

El video es mentiroso. En la descripción se refiere lo siguiente: “Muere un automovilista tras perder el control de su vehículo muy cerca del del (sic) Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM); el automóvil quedó partido a la mitad”. Mi primo no venía manejando, era el copiloto. Otra vez: mi primo no venía manejando, era el copiloto. Mi primo no venía manejando, era el copiloto. ¿Ya les quedó claro?

Hay madrugas muy frías que nadie debería mirar, que ninguna familia debería sufrir. Hay imágenes que sólo deberían recibir el silencio de la noche en la ciudad.

16 de febrero de 2022