Ivonne Acuña/ Paralelismos: IA y política
Principales

Ivonne Acuña/ Paralelismos: IA y política

Para usted, un robot es un robot. Mecánica y metal; electricidad y positrones.

¡Mente y hierro! ¡Obra humana! Si es necesario, destruida por el hombre. Pero no ha trabajado usted en ellos, de manera que no los conoce. Son más limpios, más educados que nosotros.

Ivonne Acuña Murillo* (Isaac Asimov, Yo robot, 1950)

Hoy está de moda en el mundo hablar de Inteligencia Artificial y en México de Política. No hay manera de evitar las conversaciones, donde ambos tópicos aparezcan, especialmente cuando se trata de enfatizar los avances y, sobre todo, los riesgos que ambos campos ofrecen a una humanidad que enfrenta importantes retos para asegurar el bienestar de la población. Se ofrece aquí un ejercicio de imaginación futurista uniendo ambos tópicos: la Inteligencia Artificial (IA) y la Política (P).

Como suele ocurrir en diversos campos de las ciencias, encontrar fenómenos que obedezcan a una definición única no siempre es una tarea fácil. Más bien, lo contrario es la norma, múltiples enunciaciones para tratar de explicar lo que un fenómeno es, por lo que, en los casos que nos ocupan, habrá que tomar algunas que acomoden a esta reflexión.

Por principio, puede decirse que todas las definiciones de IA están relacionadas con el desarrollo de métodos y algoritmos que pretenden que las computadoras se comporten de modo inteligente y, en lo posible, autónomo. De la misma manera, la P suele ser asociada con una ciencia que se encarga de los asuntos del gobierno.

En lo que respecta a la IA, las dificultades para su definición comienzan con el concepto “inteligencia” y las discusiones en torno a lo que esta es o mide.

Así, por ejemplo, para algunas personas se asocia con la capacidad humana para adaptarse a situaciones nuevas, para otras es un rasgo individual distintivo, un conjunto de procesos mentales humanos relacionados con el desarrollo neuronal, la habilidad para adquirir conocimientos, pensar, razonar con eficacia y adaptarse al entorno, la capacidad para resolver problemas, una capacidad mental determinada por factores biológicos y medioambientales.

La cuestión se complica cuando comenzamos a hablar, sin llegar a un acuerdo en torno a cómo definirla, de “inteligencias múltiples”: lógico-matemática, lingüística, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista (Howard Gardner, Inteligencias múltiples, 1983).

Pero ¿qué es entonces la IA? ¿una computadora capaz de desarrollar las ocho inteligencias propuestas por Gardner? ¿una máquina capaz de adaptarse al medio, de resolver problemas, de adquirir conocimientos, de pensar y razonar? Se podría, para fines explicativos y en términos aparentemente simples, decir que la IA es “una máquina capaz de imitar la inteligencia humana”, siendo programada para realizar funciones cognitivas asociadas con: creatividad, sensibilidad, aprendizaje, entendimiento, percepción del ambiente, adaptación a este y uso del lenguaje.

Sin embargo, no basta, pues en los últimos años el proyecto va más allá. Se trata de crear máquinas (robots) que no sólo imiten la inteligencia humana en todas sus dimensiones, sino que sean capaces de hacer aquello que nos hace una especie única: evolucionar a partir del uso de la razón y el libre albedrío, lo cual incluye la toma de decisiones en ambientes diversos y con objetivos determinados en función de intereses varios. Esto es, la capacidad de decidir entre lo bueno y lo malo; más aún, la capacidad para definir lo qué es bueno y lo qué es malo, para sí y para otras personas, grupos, categorías sociales, culturas.

Toca el turno a la Política. Como en el caso de la IA, la P responde a diversas definiciones, marcos teóricos, incluso intenciones. Un primer acercamiento en apariencia neutral permite definirla como: la “Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, espe cialmente de los estados” o como la “Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país.” (primera entrada de Google al teclear “definiciones de política”). Esto es, como la ciencia del gobierno pero también como la actividad que le es propia.

Pero, como ocurre con la IA, son muchos los temas relacionados con la P, aquí algunos: actividad, arte o doctrina; el ejercicio, mantenimiento y preservación del poder público; asociación con reglas y leyes de convivencia; la capacidad de organizarse y tomar decisiones colectivas; la capacidad de alcanzar objetivos comunes; el uso de la persuasión, pero también de medidas coercitivas; diferentes formas de Estado y de gobierno; la existencia de líderes y seguidores; la capacidad de influir sobre la voluntad de los demás para alcanzar ciertos fines, individuales o grupales. Igualmente, la P se asocia con la capacidad de diferenciar el bien del mal.

Esta última característica permite comenzar a cruzar IA con P, como se verá enseguida. Tratando de resumir y pensando en la P más como actividad que como ciencia, puede entenderse como: “una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede definirse como una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad. (https:// definicion.de/politica/).

Una definición más filosófica y positiva de la P nos lleva a pensar en esta como: “La práctica y el ámbito en el que el ser humano realiza y vive su existencia junto con los demás, organizando racionalmente su convivencia sobre la base del bien común” (Teresa Gelardo Rodríguez, La política y el bien común, 2005). Esta definición permite construir un puente sólido entre IA y P.

En este punto, puede comenzarse a unir la IA con la P ya que ambas se basan en el pensamiento racional, en procesos de toma de decisiones y en el hacer el bien al ser humano a partir de la capacidad de razonar y decidir entre el bien y el mal.

Para acoplar los conceptos de IA y P se recurre a la novela distópica de ciencia ficción de Isaac Asimov titulada Yo robot, publicada en 1950 y llevada al cine en 2004 a partir de una cinta dirigida por Alex Proyas y protagonizada por Will Smith y Bridget Moynahan.

La película se basó en el guion escrito por Harlan Ellison y con cuya adaptación se puede o no estar de acuerdo sin negar el valor cinematográfico de esta. Para realizar esta fusión imaginativa, se toman de la novela de Asimov las “Tres Leyes Robóticas”, mismas que posibilitan el acercamiento propuesto, a saber:

1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la Primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Leyes. (Manual de Robótica, 56a edición, año 2058).

Para comenzar, se podría partir de hacer la misma pregunta que el iniciador de la IA, Alan Turing, se formuló en 1950, en su artículo “Computing Machinery and Intelligence”: ¿Pueden pensar las máquinas?, para preguntar, ¿Pueden pensar las y los políticos?

Pareciera un cuestionamiento de respuesta simple, pero no lo es. Lo primero que vendría a la mente es: ¡por supuesto que pueden! Pero, insisto, ¿de verdad pueden? Para complicar un poco la respuesta podría afirmarse que, en efecto, pueden, pero ahora habría que preguntarse cuando lo hacen ¿en qué o en quién piensan?, ¿sólo en ellos(as) o también en las y los demás?, ¿en los intereses de qué personas o grupos? ¿en qué proyectos de Estado o país?

Relacionando a la P con la IA, habría que dar el siguiente paso y cuestionarse en torno a si las personas que se dedican a la política ¿están “programadas” para pensar en línea con el bien común?, ¿si sus códigos mentales o, diríamos algoritmos, les permiten buscar soluciones a problemas conectados con la gente o sólo con los propios?, ¿si son capaces de adaptarse a los cambios del medio?, ¿si son competentes para distinguir entre el bien y el mal?, ¿si pueden usar su razón y libre albedrío en bien de la humanidad?

Pensemos por un momento, que podría recaer en las personas que se dedican a la política, vista esta no de forma filosófica sino a partir de conquistar, ejercer y mantener el poder para dominar a otros(as), la posibilidad de “alimentar” con sus códigos y para sus fines propios a esas máquinas (robots). Habría entonces que sumar al temor de que estas nos superen una vez dotadas con nuestras propias capacidades, vicios y vanidades, la posibilidad de que, como en la película de Smith, tomen poder sobre la humanidad, pero no con el afán de hacer valer las Tres Leyes Robóticas y proteger a los seres humanos, sino con la intención de controlarnos, de anularnos de una vez y para siempre.

La razón y el libre albedrío, característicamente humanos, pasarían a las máquinas alimentadas con las ambiciones de unos cuantos. Sin embargo, no todo está perdido.

Así como hemos sido testigos de la aparición de la misma IA que antes era considerada como parte de la ciencia ficción y, por tanto, improbable y no existente, bien podríamos invertir la fórmula y después de programar a las computadoras con nuestra inteligencia, capacidad para evolucionar y tomar decisiones en ambientes diversos y con objetivos varios, a partir de discernir entre el bien y el mal y aún definir lo qué es bueno y malo, retomemos esa programación para “insertarla”, en forma de chip, en los cerebros de quienes se dedican a la política y gobiernan o pretenden gobernar a los y las demás, con el fin último de hacer realmente de la política, como en la definición filosófica, la actividad que pone en el centro al bien común.

Así visto, se podrían parafrasear las “Tres Leyes Robóticas” para convertirlas en “Tres Leyes Políticas”, quedando como sigue:

1. Un(a) político(a) no debe dañar a un ser humano o, por inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un(a) política(o) debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la Primera Ley.

3. Un(a) política(o) debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Leyes.

*Catedrática de la Universidad Iberoamericana y analista política

20 de mayo de 2023