Ivonne Acuña Murillo*
Actualmente, la competencia por el poder político se juega, de manera preponderante, en el campo de las percepciones. Un buen ejemplo se encuentra en el discurso con el que la coalición “Va por México”, formada por el Partido Acción Nacional (PAN), Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido de la Revolución Democrática (PRD), ha pretendido mostrarse como el “gran ganador” de estos comicios, afirmando haber arrebatado al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) la mayoría calificada en la Cámara de Diputados.
En primera instancia, conviene decir que la batalla por las percepciones tiene como fondo la transformación registrada por la política a partir de la incursión de los diversos medios de comunicación en ella. Estos se convierten, a decir de Elisabeth Noelle-Neuman, en su libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, (Paidós, 2010), en la fuente principal de información al proporcionar a la gente los insumos para formar su opinión en muy diversos temas, siendo la política uno de ellos.
Esta idea fue propuesta años antes por Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns (Taurus 1998), donde describió la existencia de una videocracia o telecracia, a partir de la cual en la televisión se ofrecían las opiniones prefabricadas que la gente “consumía”. Hoy se sabe que esta postura no se sostiene en esos términos, pues existe, entre la información que la gente recibe de los medios y su opinión, un proceso de análisis conocido como la “teoría de los dos pasos” propuesta por Paul Lazarsfeld y Elihu Katz, durante la Segunda Guerra Mundial, donde participan líderes de opinión que filtran e interpretan la información para sus seguidores. Estos líderes forman parte de los mismos medios, de la comunidad, los partidos políticos, los clubs sociales y deportivos.
Con la aparición de Internet y las Redes Sociales, se diversificaron los medios desde los cuales la gente puede formarse una opinión, por lo que a los líderes tradicionales hay que agregar a los youtubers, influencers, instagramers, tiktokers y lo que venga, cuya forma de pensar y comunicar incide indudablemente sobre sus seguidores y las percepciones de estos.
En este contexto, los diversos medios se han convertido en una especie de megáfonos que amplían el rango de recepción de los mensajes de quienes tienen en la política su actividad principal, además de crear nuevas formas de visibilidad, de acuerdo con lo estudiado por John Thompson (“La nueva visibilidad”, Papers 78, 2005,11-29). A decir del sociólogo estadunidense, los políticos se encuentran sujetos a la “Ley de la visibilidad compulsiva”, esto es, a la necesidad de ser vistos.
Gradualmente, el avance de los medios de comunicación ha dotado a la política de una serie de posibilidades, impensables hasta hace pocos años, en torno a la comunicación, la cantidad de mensajes que pueden ser enviados, la ampliación de las audiencias y de los espacios en los cuales las y los políticos pueden ser vistos y escuchados.
Es el caso de México. Desde las primeras semanas de iniciada la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la oposición política conformada por los partidos PRI, PAN, PRD, ha hecho presencia en todos los medios a su alcance y a través de cuanto líder de opinión les es afín, para persuadir (vía emociones) y convencer (vía supuestos datos duros) a las y los votantes de que su gobierno no es el adecuado para el país.
Como antecedente, baste recordar que desde la campaña presidencial de 2006, se buscó construir una percepción negativa en torno al primer mandatario. Esta fue condensada en una frase que se sigue repitiendo, una y otra y otra y otra y otra vez, a saber:
“López Obrador es un peligro para México”.
Esta percepción ha sido acompaña de una emoción básica en los seres humanos: el miedo. ¿Miedo a qué? En 2006, a “la caída de la economía” y a “la venezolización de México”; ahora, a casi tres años del nuevo gobierno, a lo anterior se ha sumado “la destrucción de México”. Tema central de la coalición “Va por México” en el reciente proceso electoral.
Ahora, si en 2006 y 2012 el miedo a que López Obrador llegara a la presidencia dio el triunfo a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y a Enrique Peña Nieto, ayudados por prácticas fraudulentas e inequitativas, en 2018, la percepción sobre la peligrosidad de AMLO no alcanzó. La población había pasado del “miedo” al “enojo”, dejando de lado la percepción sembrada para optar mayoritariamente por el proyecto de país ofrecido por el actual primer mandatario.
No alcanzó tampoco el 6 de junio para “sacar a AMLO del poder”, como pretendían en un inicio sus opositores, ni para la meta menos ambiciosa que se propusieron en estos comicios: arrebatarle la mayoría en la Cámara de Diputados para impedirle la aprobación del presupuesto y hacer cambios constitucionales.
Si repetimos hasta el hartazgo que ganamos, entonces ganamos
Durante las pasadas campañas electorales arreciaron los ataques en contra del presidente, la Cuarta Transformación (4T) y Morena, a partir de mensajes en los que se mezclaron verdades, medias verdades y mentiras claras con la intención de hacer creer a la población no solo que esta administración no ha hecho nada bueno, sino que incluso lleva al país en ruta a su destrucción.
Una vez pasadas las elecciones, los partidos de “Va por México” se han esforzado en ganar, “mediante percepciones”, lo que no ganaron en las urnas. Para lograrlo, pretenden hacer creer a las y los votantes que arrebataron a Morena la mayoría calificada en la Cámara de Diputados.
En este punto, los líderes de PAN, PRI, PRD, grupos empresariales, medios, intelectuales e influencers que los apoyan, se han empeñado en construir la percepción de un triunfo que no se sostiene en la realidad, a la que pretenden desvirtuar a partir de dichos y declaraciones “contundentes”.
Dejan fuera de su argumentación el hecho de que Morena haya ganado 11 de las 15 gubernaturas en disputa y que partidos miembros de su coalición, PVEM/PT, hayan triunfado en una doceava de entidades, que su coalición no se haya hecho con un solo estado, que Morena haya obtenido la mayoría en 20 congresos locales y que siga siendo el partido con más curules en la Cámara de Diputados federal, pues se calcula que obtendrá 121 diputados por mayoría relativa y 76 plurinominales, lo que hace un total de 197 legisladores.
No les dan tampoco la importancia simbólica suficiente a las 9 alcaldías ganadas en la Ciudad de México, esas sí arrebatadas a Morena. Este triunfo pasa a segundo término, se entiende, pues una alcaldía no se compara con un estado. Pero, queda de lado no solo por lo dicho, sino porque no fue la meta principal de sus campañas, esta fue: maniatar a López Obrador en la Cámara de Diputados para impedirle la aprobación del presupuesto y la realización de cambios a la Constitución Política, para lo cual debían impedirle a Morena llegar a la mayoría absoluta, con lo cual la calificada quedaría prácticamente descartada.
Sin embargo, ante los resultados electorales, los tres partidos opositores se vieron en la imperiosa necesidad de ajustar su discurso e ignorar que nuevamente la ciudadanía otorgó a López Obrador la posibilidad de aprobar el presupuesto en los años siguientes, para concentrarse en la supuesta mayoría calificada.
Si repetimos hasta el hartazgo que Morena perdió, entonces perdió “Morena pierde en la Cámara de Diputados la mayoría calificada”, es la afirmación que tanto PAN, PRI, PRD, en voz de sus líderes, pretenden convertir en la muestra fehaciente de su triunfo y, por tanto, de la derrota de Morena y de AMLO en la pasada elección. Este dicho fue, sino respaldado si difundido con encabezados de primera plana por medios como: El Universal, El Financiero, El Sol de México, Expansión, Excélsior TV, BBC, El País, Tribuna Informa, por mencionar solo algunos.
El argumento sobre la derrota de Morena ha sido profusamente difundido en prensa escrita, radio, televisión, redes sociales a través de supuestas noticias, debates, memes, videos, afirmaciones rotundas como la hecha por Marko Cortés, líder del PAN, quien en enlace telefónico con Azucena Uresti de Milenio TV, el mismo 6 de junio por la noche, sostuvo que “La coalición ‘Va por México’ y Acción Nacional han logrado quitarle la mayoría calificada a Morena. Juntos le pusimos un alto a la destrucción del país”. En el mismo sentido, en entrevista con Álvaro Delgado, durante la emisión del programa de Sin Embargo, “Los Periodistas”, del 16 de junio, Jesús Zambrano, líder del PRD, afirmó en un tono ríspido, por decir lo menos, que “(…) lo que nosotros hicimos fue quitarle la mayoría calificada a Morena y a su coalición gobernante”.
Lo propio hizo Alejandro Moreno (“Alito”) líder nacional del PRI, a escasos minutos de cerradas las casillas de votación, después de afirmar que su coalición iba ganando 7 gubernaturas.
Pero no sólo los dirigentes de los partidos de “Va por México”, tomaron la palabra para afirmar su supuesto triunfo, lo hizo también quien pretende obtener nuevamente la candidatura del PAN a la presidencia de la República, en 2024, Ricardo Anaya, quien afirmó en uno de sus spots autoproducidos “(…) gracias a la alianza opositora, Morena perdió la mayoría en la Cámara de Diputados. Fíjate, Morena antes tenía más de la mitad de los votos, tenía 253 diputaciones ahora solo tendrá 197. Esto significa que ya no pueden cambiar las leyes sin los votos de otros partidos…”
En este punto, Anaya tiene razón, la mayoría calificada se construye a través de un proceso de negociación política entre partidos, por lo que tampoco se sostiene la idea de que Morena ha perdido, de una vez y para siempre, dicha mayoría.
La realidad se impone
El supuesto hecho, prueba del fracaso de Morena, no se sostiene, pues se reitera que este partido nunca ha tenido, por sí solo, la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, sí la mayoría absoluta y la simple al ser el partido con mayor número de diputados. La primera se compone de dos tercios o tres cuartas partes de los votos totales, o sea se requiere que un solo partido o este y sus aliados tengan 334 diputaciones; la absoluta se compone del 50% + 1 (251 diputaciones) y la simple se forma con el número mayor de votos de quienes se encuentren presentes al momento de las votaciones.
En la saliente LXIV Legislatura, Morena contaba con 253 escaños de los 500 que componen la Cámara de Diputados; esto es, mayoría simple y absoluta. Si se suman los diputados que tenía Morena con los de sus partidos aliados, no se alcanza la mayoría calificada: 253 de Morena + 47 del PT + 21 del PES + 11 del PVEM = 332. Por dos votos, no alcanzaron Morena y sus aliados la mayoría calificada, por lo que tuvieron que convencer a dos diputados de otro partido para votar con ellos las catorce reformas a la Constitución, 15 nuevas leyes y cambios a 111 ordenamientos que ya tuvieron lugar, en materia de: administración pública, salud, educación, impuestos, guardia nacional, vivienda, trabajo, revocación de mandato, partida secreta, etc.
Esta simple suma pone en evidencia que “no puede perderse lo que no se tiene”, como pretenden hacer creer a la ciudadanía los partidos de “Va por México”. La realidad se impone: lo que Morena perdió fue la mayoría absoluta, misma que puede muy bien alcanzar con sus partidos aliados, PT y PVEM, pues se calcula que juntos ocuparán 275 curules, rebasando con mucho los 251 necesarios. Mientras tanto, Morena conserva la mayoría simple con los 197 escaños ganados el 6 de junio.
Para concluir, se puede decir que el triunfo real del presidente de la República, de Morena, la coalición “Juntos Hacemos Historia” y la 4T, deberá defenderse también en el campo de las percepciones a fuerza de repetir, una y otra vez, en todos los medios y en voz de sus líderes de opinión, comenzando por el propio López Obrador, los hechos que lo sostienen…
Catedrática de la Universidad Iberoamericana y analista política