Los bajos salarios, pandemia para muchos periodistas mexicanos
Periodismo

Los bajos salarios, pandemia para muchos periodistas mexicanos

En las páginas del periodismo mexicano con dificultad se encuentran denuncias del uso y abuso del poder; de la lucha generalmente muda, de la población contra la injusticia social. Fue víctima, así, de la impunidad y corrupción imperantes en un país sin democracia, la dictadura perfecta.

Eduardo González Silva

La sociedad mexicana ha desdeñado al periodismo; lo condenó, al ver en él no más que un oficio, mientras que el sistema político mexicano –después de la revuelta de 1910– lo utilizó para glorificar lo que dice, en vez de dar evidencia de lo que deja de hacer.  

En las páginas del periodismo mexicano con dificultad se encuentran denuncias del uso y abuso del poder; de la lucha generalmente muda, de la población contra la injusticia social. Fue víctima, así, de la impunidad y corrupción imperantes en un país sin democracia, la dictadura perfecta.  

Por décadas los poderes político y económico se aliaron para convertir a esta actividad en una caja registradora, complaciente con su respectivo pago, para publicar lo conveniente, en el contexto de una maquillada vida nacional. Por ello la prensa crítica fue perseguida y combatida.  

Tenemos contados ejemplos que definen al periodismo veraz. José Pagés Llergo fue uno de ellos, a mediados del siglo pasado. Con terquedad y valentía fundó tres publicaciones: HoyMañana y… Siempre! Las dos primeras censuradas por el gobierno.  

Tuve el gusto de conocer al Jefe Pagés. Lo recuerdo recargado sobre el barandal que bordeaba la fachada de cantera de su redacción, en la calle Vallarta, con un cigarro en una de sus manos.  

Ahí le entregué un escrito dirigido a la sección de cartas del lector. Yo estudiaba en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Lo saludé. No me respondió y le extendí mi carta. Tomó el sobre y, para mi sorpresa, publicó mí escrito.  

La revista Siempre! fue referente dentro del circuito comercial, fue única por sus artículos de opinión, con plumas extraordinarias como Alejandro Gómez Arias, Francisco Martínez de la Vega, Renato Leduc, Alberto Domingo, enmarcados por las magistrales portadas del caricaturista Carreño.  

Pagés le abrió las puertas a don Fernando Benítez, para que “México en la Cultura” fuera, por décadas, su encarte central, donde el maestro Carlos Monsiváis dio rienda suelta, número tras número, a su ácida ironía en la recordada columna “Por mi madre, bohemios”.  

Asimismo, Jorge Ayala Blanco nos enseñó, con sus críticas, la forma como se debe ver el cine. Accedimos a las magistrales colaboraciones literarias de Juan García Ponce. Se extrañan los suplementos culturales que alguna vez publicó la prensa mexicana, como el “Diorama”, de Excélsior.  

Con una población poco afecta a la lectura, escasamente se puede observar a la prensa en México como cajón de resonancia de la lucha social, y uno, como trabajador en los medios, buscaba la oportunidad de ingresar a los que no fueran reaccionarios en ese entonces.  

Bien se sabía que los Alarcón eran los patrones de El Heraldo de México; que la Cadena García Valseca pagaba sueldos miserables, como hoy los replica su sucesora, la Organización Editorial Mexicana (OEM); que El Universal sólo lo compraban los eternos desempleados de este país, pese a que en sus dos planas editoriales escribían personalidades como don Luis G. Basurto, y se podían admirar los memorables cartones, llenos de asombrosa originalidad de Rogelio Naranjo y Helio Flores.  

Para ingresar al Excélsior de Julio Scherer, a lo que alguna vez fue unomásuno, o al semanario Proceso, el principal requisito era tener oficio, eso que en otras actividades llaman experiencia. En esos medios los salarios y prestaciones no estaban tan jodidos.  

En las demás empresas los propietarios operaban en complicidad con el Estado como NovedadesOvacionesEl DíaLa Prensa, por ejemplo. Existía un acuerdo tácito: “yo les pago poco a reporteros, fotógrafos y articulistas, y tú les a completas el salario con el chayo”.  

Había un control extremo hacia la prensa, agudizado con la existencia de la Productora e Importadora de Papel Periódico S.A. (PIPSA), a través de la cual el Estado distribuía la materia prima de los impresos: el papel. Con la prensa intervenida, a través de PIPSA, la calidad de los medios se depreció, perdieron credibilidad.  

No había posibilidad de que la televisión se saliera del huacal, porque era un monopolio encabezado por un “soldado” del Partido Revolucionario Institucional. En la radio operaba la autocensura, ante el pavor de que el gobierno cancelara concesiones.  

Así se alineaba obligadamente al periodismo, mientras cada 7 de junio se reconocía, simuladamente, el ejercicio de la libertad de expresión, durante una ceremonia oficial, con el himno nacional de por medio y asistencia del presidente de la República en turno.  

Se trataba de un show cómico, pero a veces violento. Tenemos el caso del golpe en el abdomen que recibió don Julio Scherer, de parte de un miembro del desaparecido Estado Mayor Presidencial, por órdenes, sin duda, del matarife Luis Echeverría.  

También fue memorable el disgusto de José López Portillo cuando expresó su intolerancia a la crítica ante el reclamo público que le formuló al maestro Miguel Ángel Granados Chapa, debido a que cortó la publicidad oficial al semanario Proceso.  

Cuando el acto terminó, López Portillo se levantó del lugar que ocupaba y con el brazo amenazante a todo lo alto, señal de que hablaría, se dirigió al atril, y con la vehemencia que le caracterizó en sus discursos, inmortalizó, a través de un cuestionamiento, el acuerdo no escrito del poder con la prensa mexicana: “¿te pago para que me pegues, o me pegas para que te pague?”  

En nuestros días la pandemia alcanzó a los periodistas con sus “flamantes” bajos sueldos, que escasamente superan los dos y medio salarios mínimos. Qué decir de compañeros de provincia, a quienes, en algunos casos, les pagan con ejemplares, para que obtengan ingresos a través de la venta de los impresos.  

Ni quién se acuerde de la propuesta de Eduardo Valle Espinosa, al impulsar desde la Unión de Periodistas Democráticos la instauración del salario mínimo profesional para el gremio, iniciativa que, obvio, nunca prosperó.  

Tal como señaló el doctor Alfredo Jalife –en declaraciones por demás contundentes, que se pueden corroborar gracias a la era digital, en un video que circula por Facebook– en México hay dos clases de periodistas: los millonarios como Zabludovsky o López-Dóriga y “los periodistas pobres, los sin chamba y los muertos de hambre”.  

11 de agosto de 2020