Los monumentos históricos son la representación del patriarcado: Astrid Dzul
Perspectiva de género

Los monumentos históricos son la representación del patriarcado: Astrid Dzul

Adela Salinas

En este país, los monumentos exaltan los rasgos y facciones de una masculinidad que determina lo mexicano para formar la identidad nacional, así ocurre con los libros de texto gratuito, donde “las mujeres quedan en segundo plano”, considera la filósofa Astrid Dzul, quien encuentra en esas representaciones “parte del  problema de la pasividad crítica de la mayoría de los mexicanos, pues nos han enseñado a asimilar, a no hacer una decodificación de los contenidos. Por eso pienso que más que educación, recibimos instrucción”, advierte en entrevista.

La insoportable violencia que ha crecido de golpe, por la necesidad machista de cosificar el cuerpo femenino y hacer uso de él en calidad de desperdicio, llevó a cientos de miles de mujeres a marchar del Monumento a la Revolución al Zócalo capitalino el 8 de marzo.

No obstante el cuidado mutuo, la empatía, la inclusión y el respeto que hubo en el pequeño espacio por el que cada mujer transitaba a paso lento y pese a las manifestaciones creativas y amorosas que visibilizaron esta devastación, como la canción “Sin miedo”, del grupo “Vivir Quintana” —que se convirtió en el himno de este movimiento feminista—, el foco a explotar por parte de la población conservadora, se centró, de nuevo, en lo que llama “vandalismo”.

Ante esta controversia —cuyo objetivo es desmovilizar y nublar la conciencia hacia el verdadero significado del maltrato a los monumentos y edificios—, es necesario escuchar distintas voces, como las del colectivo Restauradoras Glitter, quienes, aunque reconocen su descontento ante las pintas, no dejan de considerar a éstas como una importante repercusión histórica.

Entrevistadas por Mónica Arellano para ArchDaily, dijeron: “…es importante entender que los monumentos o los bienes culturales tienen que estar en contacto con la sociedad; si no se resignifican no valen nada. Pero a veces esa resignificación es agresiva, puede tener momentos de roce que responden a una transgresión”.

Más adelante reflexionaron sobre la violencia machista padecida por un gran porcentaje de las mujeres: “Y bueno, si alguien se iba a tener que hacer cargo de eso pues es el gremio de las restauradoras, en donde un 80-90 por ciento está conformado por mujeres. Y si tiene un mensaje tan fuerte como ‘ya no queremos más muertas’, ¿por qué vamos a limpiar al día siguiente? ¿qué tal si no? ¿qué tal si se queda ahí como lo que es, una denuncia?”

Por su parte, Astrid Dzul, filósofa feminista de la Universidad Iberoamericana, ya habría hecho un detallado análisis en su artículo “Más allá de las alas del ángel”, publicado por Páginabierta.mx, donde habla del progreso, heroísmo, poder y paternalismo inscrito en el monumento denominado “Angel Maya” o “Papá Luchón”, esculpido por Jorge Marín e inaugurado por el ex gobernador de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas. Ante tan detallado análisis, se le pidió esta entrevista para la revista Zócalo.

¿Cuál es el poder que tienen los monumentos en general, Astrid?

— Los monumentos juegan con las representaciones y los afectos de la historia local; establecen ciertos criterios para determinar quiénes forman parte de la metáfora que sostienen y quiénes no, así como los valores que deben prevalecer para construir una identidad homogénea. Así, me pareció interesante pensar los  monumentos desde el discurso oficial que promueve una metáfora paternalista, como el caso del “Ángel Maya”, que representa una continuidad del silenciamiento y de la invisibilización de las niñas, adolescentes y mujeres de la historia oficial, donde las identidades femeninas están relegadas a la sumisión intelectual y práctica.

¿Ese paternalismo se inscribe en los monumentos o símbolos de todo México?

— Tanto el Monumento a los Héroes de la Independencia como el de la Revolución hablan de dos quiebres importantes en la historia de México, no sólo en términos políticos, sino también en términos de educación, porque una vez que cristalizamos a un personaje como el heredero de una tradición o de una lucha, lo volvemos un ícono como el que quisiéramos ser de grandes. Los monumentos en México exaltan los rasgos y facciones de una masculinidad que determina lo que es ser mexicano y así es como se va formando la identidad nacional, además del contexto histórico que busca ser recordado a través de ellos.

¿Eso también pasa con los símbolos patrios y los libros de texto?

— El problema con la historia de la patria contada por los libros de texto gratuitos de la SEP es ver que las mujeres quedan en segundo plano; las pintan sumisas y sólo se les reconoce por ser las esposas de alguien más y no por su labor intelectual y práctica. Con todo esto, hay que observar que los monumentos están estratégicamente colocados en espacios públicos con el discurso de la grandeza y el orgullo que busca el patriarcado. Por eso, durante la marcha del 16 de agosto del 2019, pintar el Ángel de la Independencia provocó una crisis, pues se vio transgredida la identidad homologada que tenemos. Mientras la sociedad decía frente a ese monumento: “Todos somos mexicanos”, las feministas decían: “En ese Ángel yo no estoy, porque México es feminicida”.

¿Pintar los monumentos es una manera de hacer una revolución?

— Los hombres, hasta el día de hoy, han hecho revoluciones con la manera peculiar, agresiva y violenta comparable al Parricidio del que habla Freud. Es decir: matas a tu padre, te lo comes, lo interiorizas y levantas un monumento, que es como un tótem que cristaliza o materializa el dominio. Las mujeres hemos tenido otra manera de hacer la revolución. Algunas rompen y queman cosas, pero no matan a nadie y tienen una consigna afectiva. A pesar de que con ello buscamos visibilización, entre nosotras tejemos redes de apoyo y no sólo en términos políticos, sino en términos humanos, diciendo: “Si necesitas que te lleve, te  llevo”, “si necesitas ayuda, ahí estamos”. La forma en la que tejemos comunidad para llevar a cabo una revolución es diferente, porque entre las mujeres hay un fuerte sentido de inclusión.

¿Entre todas las mujeres?

— También hay casos, como las mujeres transfóbicas o las muy conservadoras, que sólo aceptan a las mujeres orgánicas. Aunque se pretende que todas las relaciones entre mujeres sean horizontales, no se logra en todos los casos.

¿El Monumento a la Madre te parece paternalista?

— Ese monumento está institucionalizado en función de criterios que condicionan las pautas para que pensemos qué es y qué hace una buena madre. Está hecho para que las madres aspiren a ciertos ideales en los que tienen que encajar, en lugar de ver que la labor de cada una se estructura de acuerdo al contexto, a los hijos y a la situación de la pareja que se tenga, si es que se tiene. Es precisamente por esta institucionalización que se crean problemas que obligan a algunas madres a dar en adopción a los hijos o a renunciar a ellos. Ese monumento no visibiliza todas las formas de maternidad. ¿Qué pasa con las mamás que son lesbianas, por ejemplo? Ahí hay una ruptura importante con la formulación tradicional de la familia. Cuando hay dos mamás, o dos papás o se tiene una mamá trans, la fusión es distinta y la dinámica familiar cambia. El Monumento a la Madre habla de un tipo de maternidad que sostiene una administración particular. Por eso es importante pensar el contexto ideológico y la intención al construir un monumento.

¿El sistema educativo condiciona el tipo de monumentos y símbolos patrios en México? o ¿es el tipo de monumentos y símbolos los que condicionan las formas de educación?

— Están correlacionados y surgen a la par. Los libros de texto, por ejemplo, replican el discurso político y la ideología de la administración particular sobre los ciudadanos más pequeños; en tanto los ciudadanos que no tienen acceso a los libros, sí lo tienen a los monumentos y a las estructuras arquitectónicas que se encargan de decir cómo es México. El Monumento a la Revolución y Bellas Artes tienen el elemento del porfiriato, tan representativo del crecimiento económico y social más importante de nuestra historia. El Himno Nacional, tiene un discurso de guerra y aún así lo cantamos con orgullo. Ése es parte del problema de la pasividad crítica de la mayoría de los mexicanos, pues nos han enseñado a asimilar, a interiorizar y no a hacer una decodificación de los contenidos. Por eso pienso que más que educación, recibimos instrucción. En México tenemos la instrucción de aprendernos todo de memoria y no de analizar la relación entre los contenidos y el contexto en el que vivimos. Si no puedo utilizar el conocimiento como una herramienta de resolución de problemas o para innovar y crear, de qué sirve.

¿Qué es lo que busca romper el discurso feminista?

— El movimiento feminista está en un momento “de fractura”, donde se hace una profunda revisión de la historia. Cuando pintaron el Ángel de la Independencia, con la frase “México feminicida”, dejó de simbolizar verdad y justicia, para representar corrupción y violencia. Fue con esa pinta que nos dimos cuenta que el gobierno prefiere invertir millones de pesos en reconstruirlo que en establecer políticas públicas eficaces para que deje de matar a mujeres y a niñas. Entonces, con ese tipo de revisión histórica que promueven las pintas, las quemas y rupturas, nos damos cuenta que, al final de cuentas, los monumentos están hechos para caerse.

13 de abril de 2020