Los pioneros de la radio, Pablo O’Farril y Vicente Morales
Radio y TV

Los pioneros de la radio, Pablo O’Farril y Vicente Morales

Piezas irremplazables de la producción radial lo constituyen la musicalización y los efectos especiales que acompañaran al mensaje radiofónico. Dos de sus creadores relatan a Zócalo, esa parte de la historia de la radio en México.

Jorge Pulido

Al abrir la década de los años cuarenta del siglo pasado, la radio en México vivió un auge. Habían pasado apenas 19 años desde la primera transmisión de radio en este país: que inicio el 9 de octubre de 1921 en Monterrey. En aquella época, las estaciones de radio tanto en la Ciudad de México como en los estados se multiplicaron, y sus contenidos también. Se crearon programas para todos los gustos y edades: series humorísticas, noticiarios, concursos, trasmisiones deportivas y taurinas a control remoto, sin faltar las radionovelas que se convirtieron en fecundo semillero de actores, actrices y locutores de primera línea. En 1940, la XEW transmitió las primeras radionovelas: Los Tres Mosqueteros y Anita de Montemar. Desde ese momento, ante la desbordante aceptación de la gente, escritores como: Francisco Márquez García, Mimí Bechelani, Benjamín de la Torre de Haro, Marisa Garrido, Raúl del Campo Jr., Manuel Canseco Noriega, Carlos González Dueñas, José Guerrero, Caridad Bravo Adams y Manuel Bauche Alcalde, se dieron a la tarea de fecundar en su inagotable imaginación un sinnúmero de historias de todo tipo: sentimentales, campiranas, religiosas, de suspenso, policiacas, de terror, históricas, y hasta humorísticas.

Así surgieron las radionovelas: El Abismo y la Cumbre, Del Altar a la Tumba, El Fistol del Diablo, Apague la Luz y Escuche, La Dama del Antifaz, Balum Canam, Juan Diego, San Martín de Porres, El Mariachi, Juan Charrasqueado, Las Abandonadas, El Descubrimiento de América, El Panzón Panseco, Felipe Reyes, El Monje Loco…

Los patrocinadores, Colgate Palmolive y Procter & Gamble supervisaban personalmente libretos y producción. Cada radionovela de 60 capítulos tenía un costo promedio de 20 mil pesos. El escritor cubano Reynaldo González, en su libro Llorar es un Placer: Lágrimas, susurros y una felicidad siempre pospuesta son elementos consustanciales al melodrama radiotelevisivo. Estos ingredientes combinados con pasajes musicales que enfatizan las intenciones del relato contenidas en el libreto radiofónico, y apoyadas por la magia de los efectos sonoros que presentan ante los oídos y la imaginación del público ambientes tomados de la realidad cotidiana, le dieron su sello más genuino y característico a dichas producciones.

Jorge Pulido y Juan Pablo O’Farril.

En aquellos años la producción no era lo sofisticada como lo es hoy, los operadores técnicos tenían que producir aquellos efectos con las herramientas y objetos más inusitados. Uno de esos pioneros, lo es Pablo OFárril Márquez quien comparte con orgullo algunas de esas experiencias, luego de 50 años de labor ininterrumpida en la XEW, cuyas historias pronto reunirá en libro. Aquí un adelanto. Puñalada trapera Tras el fallecimiento de mi padre, director de orquesta y pionero de la XEW, ingresé a los 14 años de edad como operador en la legendaria estación de Ayuntamiento 52.

En un principio me encargué de hacer los efectos físicos en las radionovelas que en ese tiempo se hacían en vivo. Uno de mis grandes maestros fue Pepe Guzmán. Él me enseñó a sacar de la nada cada uno de los efectos sonoros. Con un teléfono hacíamos el sonido de una máquina de cocer, agitando un pañuelo simulábamos el vuelo de palomas o de un murciélago, con cerillos hacíamos el ruido de una víbora de cascabel, con papel celofán imitábamos el crepitar del fuego, con láminas creábamos los relámpagos durante una tormenta…

La verdad, teníamos que ingeniarnos mucho para lograr un ambiente muy parecido al real. Para hacer un determinado efecto, muchas veces teníamos que buscar hasta en la basura; imaginarnos y ensayar varias veces hasta dar el efecto requerido: los remos de una canoa, el trino de los pájaros, el vuelo de las campanas, el trote de uno o varios caballos, los pasos de una mujer o de un hombre sobre la hojarasca. En el caso de los programas humorísticos como El Panzón Panseco, protagonizado por Arturo Manrique, Rita Rey, Lucila de Córdoba y Salvador Carrazco, teníamos que exagerar los efectos para hacerlos más chistosos; por ejemplo, frotábamos dos lijas cuando el personaje se estaba rasurando, o un beso lo rematábamos con la boca como si se descorchara una botella de sidra. En ese tiempo las radionovelas se ensayaban antes de presentarlas en vivo en uno de los estudios. Primero se hacía un ensayo leído, luego uno general y, finalmente, se pasaba el capítulo al aire. Nadie podía equivocarse porque la radionovela era totalmente en vivo.

Un día de tantos, estábamos haciendo uno de los capítulos de Apague la luz y escuche, protagonizado por Arturo de Córdoba, llenamos una tina con agua, y con unos popotes hacíamos burbujas constantemente porque los personajes estaban dentro de un submarino, de pronto, me resbalé y caí dentro de la tina; el público presente en el teatro-estudio se rió mucho, como pude me salí de inmediato y seguí haciendo burbujas como si nada hubiera pasado. Los balazos los creábamos con polvo de clorato que comprábamos en la farmacia. Hacíamos un envoltorio con cerillos y con un martillo le pegábamos sobre el piso, se escuchaba la detonación. En una ocasión me falló el efecto de balazo y el actor tuvo que improvisar diciendo: ¡ay, vil traidor, me has dado una puñalada trapera!

En aquellos días los costos publicitarios eran más bajos que los actuales. Ganaba 20 pesos como efectista físico y 25 como musicalizador por cada capítulo. Se hacían radionovelas todo el día. Se grababan cinco capítulos en tres horas, de lunes a viernes. Cada radionovela tenía su día de grabación.

No me puedo quejar, me pagaban muy bien.

Fue hijo único. Nació el 2 de noviembre de 1942 en la provincia cubana de regla. A las pocas semanas vino a vivir a la ciudad de México.

Su niñez y juventud transcurrieron en la calle de Luis Moya 101, en el Centro Histórico, a dos cuadras de la XEW. En esa vecindad vivieron, el comediante Rafael Inclán y el torero Alberto Balderas.

Se casó a los 31 años con Teresa Duque, originaria de Chiapas. Es padre de dos hijos: Cathia, pedagoga, y Juan Pablo, politólogo. Actualmente trabaja seis horas diarias en el área técnica de la XEW y se da tiempo para atender a su mamá, Teresita Márquez, de 104 años de edad, quien a la fecha toma una copita de tequila todos los días. Vocación de tiempo completo Don Vicente Morales Pérez, capitalino de 74 años de edad y padre de cuatro hijas profesionistas. En la actualidad, como desde hace seis décadas, trabaja de tiempo completo en la musicalización y efectos sonoros en Radio Educación y el Instituto Mexicano de la Radio.

En la XEQ comencé a hacer mis pininos como ayudante de operador del novio de mi hermana mayor. Me encargaba de poner al aire los spots, acomodar micrófonos, colocar sillas para los músicos de la orquesta y los atriles para las partituras. Para la transmisión de controles remotos usábamos equipos O P 6 y O P 7, una consola de tres canales y un medidor de volumen. Si salíamos de viaje nos llevábamos el equipo cargado sobre las piernas y las líneas telefónicas para enlazarnos con la estación; cada pedestal pesaba como 18 kilos y cada micrófono RCA ó General Electric hasta cuatros kilos. Así comencé, poniendo discos de acetato de 78 revoluciones en la tornamesa con cuatro platos, el brazo del tocadiscos tenía una aguja de acero que parecía clavo. Ese era mi trabajo todos los sábados, mi cuñado me pagaba por ayudarlo. No recuerdo cuánto ganaba pero me alcanzaba para pagar la entrada del cine y ver hasta tres películas, desde las cuatro de la tarde hasta las once de la noche. El primer programa que hice como efectista físico fue una serie policiaca en la XEQ.

Después vinieron otros programas y me pagaron un sueldo, como Cárcel de Mujeres, Una flor en el pantano, Apague la luz y escuche, Panseco y Corona de lágrimas, y de ahí para el real. Trabajé en Arte Radiofónico que produjo radionovelas para la XEW. Luego en Radio Programas de México que produjo Kalimán para RCN, que constó de ocho mil capítulos, escritos por Héctor González Dueñas, quien los firmó con el seudónimo de Víctor Fox. Una etapa de esta radionovela contó con la actuación de Luis Manuel Pelayo como Kalimán, El Hombre Increíble, y cuando se fue a la televisión, lo sustituyó Víctor Mares, actor de doblaje; tiempo después, cuando cambió la voz de Luis de Alba que personificaba a Solín, entró Pedrito Gurrola.

También hice los efectos físicos y la musicalización de Porfirio Cadena, el Ojo de vidrio, escrita por el productor radiofónico regiomontano Rosendo Ocaña y con la actuación principal de Mario Fernández.

Antes se musicalizaba con lo que había que era música clásica. Me daban el libreto, lo estudiaba y buscaba el pasaje más adecuado para el texto del diálogo, si era dramático, triste o alegre. Uno de los efectos más difíciles que me tocó hacer fue en la radionovela Áhi viene Martín Corona, producida por el bachiller Álvaro Gálvez y Fuentes, cuando Martín Corona entraba en una cantina a caballo, se escuchaba el galope, el golpe de los cascos sobre la puerta, la caída de mesas, sillas y vasos y la gritería de los parroquianos, además de los balazos. En la actualidad, con las tecnologías de edición de audio por computadoras se perdió la magia de lo artesanal. Ahora se cuenta con discos de efectos y se pueden hacer cortes cuando algo no sale bien. Ciertamente, hoy casi no hay trabajo para los muy contados efectistas físicos que aún andamos en este mundo, mientras los musicalizadores tenemos que buscarle por aquí y por allá. Nos llaman para programas que no son dramatizados, y así sacamos para el pipirín. Don chente, como lo llaman sus amigos y colegas de Radio Educación, con nueve mil pesos de liquidación en los bolsillos dejó de laborar en la XEQ cuando la emisora se dedicó a programar los discos de moda.

Trabajó, después, como operador durante casi dos años en Radio Capital, cuyo concesionario a principios de los años sesenta fue Fidel Hernández, un hombre bajito de estatura, dueño de tres prestigiosos almacenes de ropa de mezclilla para obreros y ferrocarrileros. Luego de laborar un buen tiempo en las estaciones de Radio Programas de México: RCN,

Vicente Morales Pérez.

La 660 con programación deportiva, Radio Stereo, Radio BIP (que transmitía en inglés), y los inicios de Radio Red, ingresó a la plantilla de Radio Educación. La primera radionovela que me tocó musicalizar en ese tiempo, cuando la emisora todavía estaba en la calle de tabiqueros, en la colonia Morelos, fue: Las Tierras Flacas, novela escrita por Agustín Yánez, que fue secretario de Educación. La producción estuvo a cargo de Rosario Muñoz Ledo, los efectos físicos los realizó Manuel Cabrera, y actuaron: Toño González, Genoveva Pérez, Lucila de Córdoba, Guillermo Portillo Acosta, Dolores Muñoz Ledo, Luis Puente, Esteban Siller y Humberto Espinosa… Desde entonces no he dejado de trabajar como musicalizador de la gran mayoría de producciones en esta emisora, lo mismo que, tiempo atrás lo hice en La Hora Nacional, agregó.

La infancia de Vicente la vivió en la colonia Los Doctores en avenida Niños Héroes 45. Su padre, Mariano Morales, hombre estricto y refunfuñón, fue electricista en la Compañía de Luz y Fuerza. Su mamá, Juana Pérez, se dedicaba al hogar y al cuidado de sus ocho hijos, cuatro hombres y cuatro mujeres; vendía, los domingos, a la entrada de la vecindad unas exquisitas enchiladas de mole con pollo, que ella misma preparaba en el metate. Me hubiera gustado mucho ser campeón de natación. De niño nadaba en la alberca de 30 metros del ya desaparecido Hotel Regis, en Avenida Juárez y Balderas. Sin embargo, a la fecha no me arrepiento de no haberlo conseguido, si me muriera y volviera a nacer, sin dudarlo ni un segundo, volvería a dedicarme de tiempo completo a la radio, concluyó don Vicente Morales.

Publicado en la edición #63 de revista Zócalo (mayo 2005).
23 de enero de 2021