No me persuadió Morena, me convenció la oposición. Autora: Ivonne Acuña Murillo
Comunicación Política

No me persuadió Morena, me convenció la oposición. Autora: Ivonne Acuña Murillo

Autoría de Julio Astillero

En los últimos días, intelectuales anti-AMLO han decidido expresar abiertamente el sentido de su voto contra Morena ya en columnas periodísticas, ya como grupo. Sin ir más lejos, hoy mismo puede leerse en medios de comunicación el llamado de 430 escritores, politólogos, antropólogos, empresarios, sociólogos, juristas, historiadores y periodistas, convocando a la ciudadanía a votar “de manera estratégica”, cerrando filas con quien tenga mayor probabilidad de vencer a Morena y a sus partidos aliados. Como contraparte, un número indeterminado de morenistas y lopezobradoristas han hecho lo propio. Una vez presentada esta disyuntiva, yo misma me veo en la necesidad de exteriorizar los argumentos bajo los cuales he decidido votar “todo Morena”.

Esto es, de los dos grandes bloques políticos que contienden en estas elecciones: la coalición “Juntos Hacemos Historia”, formada por Morena, Partido del Trabajo (PT) y Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y la coalición “Va por México”, en la que participan el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), me inclino por el primero.

La decisión parece fácil cuando previamente se ha apoyado a uno u otro partido. Sin embargo, dado que en estos comicios se juega el rumbo del país, la opción a respaldar debe derivarse, forzosamente, de un acto reflexivo y crítico. La envergadura de las consecuencias que tal decisión acarreará impone la conveniencia de tomar una postura ética y práctica al mismo tiempo.

La respuesta a la pregunta ¿a quién le doy mi voto? no puede ser el resultado del azar, de un “tín marín”, de una acción “por no dejar”, de elegir “al menos peor”, de subirse al “carro ganador”, de cerrar los ojos frente a la boleta y cruzar aquel logo sobre el que caiga el dedo índice.

Es imperativo ejercer el derecho y la obligación ciudadana de votar. La acelerada descomposición política y social que vive el país, el aumento peligroso de la desigualdad social, la inseguridad, la violencia y la impunidad, así lo exigen. Como se dice siempre en estos casos, de nada valdrá después lamentarse de la elección hecha por terceras personas.

Este es el contexto en el que se vuelve necesario tomar una posición clara y contundente. Las posturas intermedias, tibias, esquivas, neutrales no abonan nada en medio del conflicto que ha supuesto el enfrentamiento entre dos visiones de país. Seguir adelante con un proyecto que recién comienza o volver al modelo económico-político ya conocido es la disyuntiva por resolver este 6 de junio.

Debo decir que, desde el año 2000, mi voto ha acompañado al actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Una y otra vez voté por el proyecto no solo por el personaje, convencida de que su diagnóstico y propuestas de solución eran las correctas.

Mi apoyo no se basó únicamente en un conjunto de emociones o creencias sino en la observación analítica de todos aquellos elementos que me informaban que el país no iba bien y que de seguir por esa ruta la catástrofe sería inminente.

Desde que se introdujo en México el modelo económico neoliberal, impuesto al mundo por Inglaterra y Estados Unidos en la década de los 80’s, la élite política nacional, preparada en centros de pensamiento extranjeros, se convirtió en la fiel guardiana de sus propios intereses y de los de los grupos económicos que tanto dentro del país como fuera, buscarían acrecentar su riqueza sin importar el costo que el resto de la población tuviera que pagar.

Las desigualdades socioeconómicas creadas por este paradigma fueron resultado de la concentración de los beneficios derivados de la explotación, intensa y extensa, de los recursos del país. Esto dejó a las grandes mayorías, clases populares y medias, poco menos que las migajas de un modelo que nunca llegó a la derrama prometida.

La obsesión de ser más papistas que el Papa, hizo de la creación de riqueza, la privatización de las empresas, los servicios públicos y los beneficios del supuesto desarrollo el dogma a seguir.

Al principio, la promesa de Carlos Salinas de Gortari (CSG) de llevar al país al primer mundo pareció cumplirse. Pero, gradualmente, fueron apareciendo las señales que dejaban ver cómo se distanciaban, a pasos agigantados, los pobres de los ricos, los losers de los VIP (Very Important People)

La privatización indiscriminada de 1,156 empresas públicas, entre 1982 y 1994, años en los que se sucedieron los sexenios de Miguel de la Madrid Hurtado (MMH) (1982-1988) y CSG (1988-2004). El argumento, el Estado era ineficiente en la administración de dichas empresas dada su proclividad a los malos manejos y la corrupción. La lógica privada, por su parte, permitiría sanear y eficientar la actividad de tales compañías y aumentar sus ganancias. Lo que no se dijo fue que, al privatizar, empresarios favoritos del régimen se harían accionistas y prestanombres de los presidentes en turno, siendo ambos quienes verían engordar sus cuentas bancarias, mientras el resto de la población se vería obligada a pagar precios cada vez más altos por los servicios que antes ofrecía el Estado a costos menores.

Pero, dada la Historia Patria, los presidentes del periodo neoliberal, MMH, CSG, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto se enfrentaron a la imposibilidad de privatizar empresas como Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), temiendo una gran resistencia social. Sin embargo, encontraron la manera de “quebrar” estas empresas paraestatales y demostrar con ello a la población la “necesidad imperiosa” de someterlas también a la lógica privatizadora, propiciado el disfrute privado de sus beneficios, mientras se gritaba a los cuatro vientos que tales empresas seguían perteneciendo al pueblo.

El caso de Pemex es emblemático. El abandono en materia de inversión, investigación, mantenimiento y nuevas plantas, aunado a la extracción de recursos vía impuestos (antes de Peña 4 de cada 10 pesos del presupuesto gubernamental provenía de Pemex), llevó a la paraestatal a la ruina. Se calcula que, después de 30 años, la deuda de esta empresa representaba el 97% de sus activos. Así la recibió López Obrador en diciembre de 2018.

Siendo un país petrolero, los gobiernos post Estado Benefactor tuvieron a bien hacer depender al país de las gasolinas, derivadas del petróleo mexicano, refinadas en el extranjero, pasando por alto la conveniencia de toda nación de ser autosuficiente en materia energética.

Con el cuento de que las empresas privadas brindarían servicios de primera, se buscó convencer a la población de los beneficios de la competencia, pero sin advertir que la formación de monopolios, auspiciada por los mismos gobiernos, obligaría al pago de altos costos en servicios como telefonía, banca, combustibles, etc., a una sociedad cada vez más empobrecida. Porque, eso sí, todo se dejaba al mercado siguiendo la máxima regla económica capitalista, menos los salarios. El famoso “tope salarial”, so pretexto de mantener controlada la inflación, derivó en una perdida de más del 80% del poder adquisitivo. Esto es, con un salario a la baja la gente tenía que comprar productos y servicios cuyo precio iba, regularmente, a la alza. Curioso funcionamiento del mercado.

Ahora, si de rezagos hablamos, basta pensar en el deterioro que la educación pública ha presentado en las últimas décadas y el abandono del sistema de salud evidenciado en 2020 cuando fue casi imposible atender rápidamente los efectos de la pandemia de Covid-19. A lo anterior, habrá que sumar la precarización de las condiciones laborales, el subempleo y el desempleo.

Y de pronto, con Fox y Calderón, las reformas estructurales, laboral y energética, por ejemplo, se volvieron la solución óptima. Una nueva promesa, hecha realidad por Peña Nieto, su “Pacto por México” y sus once reformas, aparecía a la puerta de mexicanos y mexicanas.

Solo que, una vez más, bajo la promesa de cambios y mejoría de las condiciones de vida de la población, la solución ofrecida venía ya marcada a favor de las mismas élites políticas y económicas. En este punto, que vea quien quiera ver.

Por si no fuera suficiente, al profundo deterioro socioeconómico de la población se sumó la falsa guerra de Calderón en contra del narco y la delincuencia organizada, misma que produjo al menos 24 mil personas desaparecidas y más de 120 mil asesinadas, así como el aumento constante de la violencia y la inseguridad. Con Peña Nieto, a estas cifras se agregaron 12 mil 500 desapariciones y 156 mil 437 asesinatos. Durante ambos sexenios se acumularon también las fosas clandestinas, llegando a sumar más de 2000, en diversas regiones del país.

Se sumó también, durante el sexenio de Peña, una corrupción gubernamental sin precedentes, lo que no excluye la corrupción de Vicente Fox y su familia política, Marta Sahagún y sus hijos, basta preguntar ¿en qué se invirtieron las ganancias de Pemex de esos años? El mejor ejemplo de Peña fue la “Estafa Maestra”, documentada por Animal Político y Mexicanos Unidos Contra la Corrupción, a través de la cual funcionarios del más alto nivel gubernamental hicieron desaparecer, por lo menos, 3 mil 433 millones de pesos de las arcas públicas, de los 7 mil 670 millones de pesos entregados, vía contratos ilegales, a empresas no autorizadas, muchas de ellas “fantasma”. En la estafa fueron involucradas 11 dependencias públicas como la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), el Banco Nacional de Obras, Pemex, así como gobiernos y universidades estatales.

Igualmente, se sumaron a la corrupción desbordada gobernadores priistas que se robaron el presupuesto de sus estados sin vergüenza ni empacho, además de vender parte de las reservas naturales de sus entidades y despojar abiertamente de sus bienes (propiedades, casas) a integrantes de la población. Son ejemplos de esto los Duarte, Javier y César, Roberto Borge, Rodrigo Medina y Guillermo Padrés.

No olvidar tampoco el Fobaproa o rescate bancario que favoreció a los nuevos banqueros de los sexenios de Salinas y Zedillo y el rescate carretero que, entre 1997 y 2006, le ha costado a la sociedad más de 100 mil millones de pesos tan solo por el pago de intereses, que aún seguimos y seguiremos pagando. Entre muchas otras cosas.

Y después de todo, en 2021, los protagonistas principales de esta historia, PRI y PAN (y el PRD en calidad de rémora) pretenden volver al poder para continuar con lo que, a su juicio, es la mejor democracia que hemos tenido.

Marcando como eje central de su campaña “el miedo”, nos advierten que el partido en el poder, Morena, está destruyendo a México. Deberían mejor decir, en todo caso, “está destruyendo lo que no alcanzamos a destruir nosotros cuando fuimos gobierno”. Débil oposición política que ha tenido que dejarse guiar y financiar por algunos de los empresarios más poderosos del país, como Claudio X. González y Gustavo de Hoyos, anterior líder de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), quienes buscan recuperar sus antiguos privilegios y “sacar” del poder a quien no les representa, pasando por alto la voluntad de 30 millones de votantes.

Con spots, en los que exageran, mienten, omiten, engañan, pretenden inclinar la intención de voto de aquella ciudadanía que no quiere o no alcanza a comprender lo que han hecho.

Esto no quiere decir, que Morena y el presidente López Obrador lo hayan hecho todo bien. Por supuesto que han cometido errores. Morena no ha logrado consolidarse como una institución política, pues ha sido incapaz de asimilar, organizar, institucionalizar a los grupos que conforman a su movimiento social.

Por añadidura, en estas elecciones, ha hecho extraños acuerdos, por decir lo menos, y llevado a las candidaturas a personajes impresentables como el senador con licencia Félix Salgado Macedonio, acusado de violación y abuso sexual, por mencionar solo uno. Cabe aclarar que Morena no es la excepción en este sentido, otros partidos también lo han hecho.

Por su parte, el presidente López Obrador, en un afán por aprovechar el poco tiempo que supone un sexenio, para dejar sentadas las bases de la Cuarta Transformación (4T), ha tomado medidas cuestionables como los recortes presupuestales que ponen en riesgo la capacidad operativa del gobierno, así como la investigación en materia científica, la cultura y otros programas sociales destinados al avance de ciertas categorías sociales.

Por mencionar algo concreto diré que, el presidente López Obrador por un claro desconocimiento de la historia, trayectoria y demandas del Movimiento Feminista ha minimizado la importancia de programas sociales encaminados a superar las limitaciones impuestas por la cultura patriarcal a las mujeres, como las guarderías y los refugios. A lo anterior, se suman las declaraciones que han colocado a dicho movimiento como la más grande y genuina oposición a su gobierno.

Siendo el feminismo mi primera naturaleza, consideré la posibilidad de anular mi voto, pues de ninguna manera lo daría a las otras fuerzas políticas, viejas o nuevas. Pero, no me parece, en ninguna circunstancia, que empresarios como los mencionados y partidos que los acompañan, PRI y PAN, reviertan lo que se ha logrado.

La misma oposición, vía sus resultados, rabiosas declaraciones, cartas de abajo firmantes, spots, mentiras, necedad antidemocrática por ignorar el voto ciudadano, afán por recuperar sus antiguos privilegios y falso amor por México y sus habitantes, me llevó a concluir que, a pesar de las faltas enunciadas y otras más, vale la pena seguir apoyando el proyecto lopezobradorista de Nación, la lucha contra la corrupción, la redistribución de la riqueza vía el presupuesto, la creación de infraestructura para el desarrollo, la búsqueda de la autosuficiencia energética y alimentaria, etc., sin dejar de exigir se corrijan los errores cometidos, aquí la postura ética.

Si fuera por los partidos, grandes o pequeños, o por los candidatos y candidatas que ofrece Morena, no otorgaría mi voto. Empero, en política se debe optar entre inconvenientes y yo opto por la continuidad de un proyecto que, a pesar de todo, me parece el único camino a la vista para salir del profundo pozo en que nos hundieron el PRI y el PAN. Así que, no me persuadió Morena, apelando a mis emociones y tratando de hacer pasar por aciertos sus errores, sino que me convenció la oposición ofreciéndome datos duros en torno a un proyecto que no me incluye y que, de volver, llevaría a México a una revuelta social.

Votar “todo Morena”, este 6 de junio, me permitirá contribuir a que los cambios continúen. Rendirse después de haber dado tan solo unos cuantos pasos no es opción. He aquí la decisión práctica.

Ivonne Acuña Murillo.

Socióloga feminista, académica de la Universidad Iberoamericana. Analista política experta en sistema político mexicano y género. Autora de más de 250 artículos periodísticos y 25 académicos publicados en periódicos y revistas de circulación nacional. Ha contribuido al análisis del presente y el futuro de un país que se desgarra en múltiples medios escritos, radiofónicos y televisivos, tanto nacionales como internacionales.
31 de mayo de 2021