¿Qué prensa necesitamos?
Hemeroteca, Libertad de Prensa

¿Qué prensa necesitamos?

Gerardo Albarrán de Alba

Tres años no han bastado para dignificar la disputa por el poder político en México. Mientras grupos económicos e ideológicos de derechas se alían sin pudor con los grandes medios de comunicación para tratar de deslegitimizar al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, éste los anatemiza sin reparos a la menor provocación. Ambas partes recurren a estrategias de propaganda que han terminado por anular cualquier argumento que pudiera sustentar sus narrativas.

Para poder concebir formas no maniqueas de relación entre prensa y poder como las que hoy fragmentan y distorsionan la realidad, hay que alejarnos de los imaginarios públicos fundados en filias y fobias que se disputan los discursos y sus significados. Se requiere que medios y periodistas hagan periodismo.

Como sociedad, no debe alarmarnos la abierta disputa por el poder político; eso es parte de la vida cotidiana en una democracia. La confrontación de ideas y proyectos, con el propósito de convencer, se asume como deseable normalidad. En este escenario, los medios deberían ser la arena del debate público y el contrapeso indispensable de toda fuerza que pretenda dominar sobre los demás por medios coercitivos.

El problema es cuando las partes rompen los márgenes convencionales de la lucha política e instalan un clima de polarización y confrontación exacerbado a través de la violencia simbólica con la que pretenden imponer su narrativa. El problema se agrava cuando uno de los actores que se erige como oposición abierta es la misma prensa que sirvió para el sostenimiento y legitimación de siete décadas de régimen presidencialista de partido único y otros tres sexenios de alternancia formal.

La confrontación ideológica entre quienes se disputan el poder se ha trasladado a los medios, en un claro paralelismo político. Una parte lo hace desde el dogmatismo, justificando excesos y deficiencias que comprometen el proyecto al que se han entregado. Otros –los más– no necesariamente son motivados por una convicción contraria a lo que representa López Obrador, sino por el deseo oculto de recuperar el estatus que gozaban mientras fueron ellos comparsa y patiños del presidente en turno. En ambos bandos abundan los columnistas, articulistas y conductores de noticiarios que se regodean en el autoengaño. No, el periodismo no es descalificación, tergiversación, manipulación, difamación ni calumnia.

Estamos perdiendo un tiempo muy valioso para la construcción de una democracia sustancial, no sólo formal, en la que la prensa asuma el papel protagónico como agente articulador desde la igualdad social y política.

En la disputa por la narrativa entre los factores de poder, muchos medios y periodistas desprecian la oportunidad de hacer periodismo responsable, ético, riguroso y al servicio de la sociedad general; en su lugar, han optado por azuzar la polarización responsabilizando sólo a una de las partes por la confrontación y magnificando sus dislates para minar su imagen. Carentes de imaginación y argumentos, los medios tradicionales incluso hacen hechos noticiables de las luchas en lodo que son las redes sociales y las disfrazan de opinión pública.

En el otro extremo encontramos periodistas que se declaran seguidores de López Obrador y defienden un proyecto instaurado más en la fe que en los programas, más en el discurso que en la construcción efectiva de una participación social que articule el pretendido cambio. Son posturas que tampoco sirven para la construcción de ciudadanía: la devoción no es una virtud periodística.

La administración de López Obrador también ha desperdiciado la oportunidad de crear las condiciones para que florezca una prensa sujeta sólo al control social a partir de su pertinencia democrática, una prensa capaz de generar los recursos necesarios para que, desde la independencia económica y editorial, sea el contrapeso de poderes institucionales y fácticos que necesita la democracia.

Fuera de los consorcios a los que destina la gran parte de la publicidad oficial (Televisa, Tv Azteva y La Jornada), de algunas rémoras consentidas (como el Grupo Cantón) y de nuevos parásitos en redes sociales, López Obrador expulsó en los hechos al resto de los medios del falso paraíso del cobijo económico del gobierno; sin capacidad de respuesta, éstos han quedado a su suerte ante un mercado aún más controlador que los presidentes que le antecedieron.

Descentralización y profesionalización

La estridencia resultante del paralelismo político en el sistema de medios mexicano –reducido a filias y fobias– cancela la participación razonada de la sociedad en todos los campos de la esfera pública y degrada aún más la calidad democrática. Es necesario que los actores rectifiquen, pero, a estas alturas, nada parece indicar que el gobierno de López Obrador y la oposición de derechas vayan a renunciar a la diatriba, ni por lo que resta del sexenio ni por la administración que le suceda, trátese de un desgastado Morena o de una esquizofrénica coalición opositora.

Quedan tres años de la administración de López Obrador, y cada día que transcurra serán más estrechos los márgenes de oportunidad para una construcción democrática desde los poderes político, económico y mediático.

Por lo que hace a la prensa tradicional, uno desearía que logre sacudirse la inercia servil que le ha caracterizado históricamente. Los periódicos y revistas hoy más importantes corren el riesgo de la intrascendencia, aunque todavía pueden hacerse de un lugar socialmente pertinente. Para lograrlo, deben aprender a rendir cuentas. Así como se exige –con justificada razón– claridad en la asignación de la publicidad oficial, también es hora que la prensa transparente el origen de sus recursos. (Aclaremos: no es ilegal destinar fondos privados para financiar a los medios, lo que es ilegítimo es no identificar los intereses detrás de esos fondos. Lo que resulta inmoral es que así se prostituyan medios y periodistas.)

El periodismo necesita un equilibrio honesto entre la responsabilidad social a la que no puede renunciar y su viabilidad operativa e incluso comercial.

Hay al menos dos vías paralelas para alcanzar este objetivo. Una es mediante cambios urgentes y necesarios en sus rutinas, sus procesos y sus estructuras, que hagan de los medios actuales organizaciones de servicio público, con agendas informativas centradas en las necesidades democráticas de la sociedad, no en los intereses políticos y corporativos a los que han estado subordinados. Es decir, transformar el modelo de negocio de conveniencia que los condena a la subordinación hacia otro que garantice su independencia. Los medios deben dejar de vender noticias para ganar dinero; lo que deben hacer es generar los ingresos necesarios para hacer el mejor periodismo posible. Esto no es una operación meramente administrativa, es un proceso ontológico.

La independencia de los medios empieza en la autonomía de sus periodistas. El periodismo –sostengo una vez más– es una actividad eminentemente intelectual. Sólo puede ejercerse desde una libertad plena, inmune a presiones internas y externas a los medios. El periodismo se ejerce desde la libertad de pensamiento, de la que se nutre nuestra libertad ideológica y que está determinada por nuestra libertad de conciencia.

Por eso la otra vía –complementaria a la primera, no sustitutiva– es la profesionalización de los periodistas, enfocada no sólo en adquirir habilidades para la producción informativa sino en conocimientos para asumir deberes axiológicos y deontológicos del periodismo.

Un buen signo es la descentralización de la prensa. Reconforta y anima la proliferación por todo el país de medios digitales surgidos de colectivos de periodistas, creados muchos de ellos a partir de iniciativas de autoprotección y de profesionalización, de la conciencia del deber ser del periodista. Su principal característica es el ejercicio de un periodismo colaborativo de corte social y servicio público, sin ánimo de lucro, e independiente de intereses comerciales y políticos.

Estos grupos de periodistas nacen en oposición al control clientelar de gobiernos estatales y municipales sobre los medios locales, en su inmensa mayoría incapaces de sobrevivir por sí mismos mediante estructuras comerciales viables. Se trata de iniciativas periodísticas que exploran otras formas de financiamiento, desde la recaudación de fondos entre sus lectores y audiencias o la elaboración de productos informativos comercializables, hasta el fondeo a través de organizaciones civiles nacionales e internacionales a las que no deban vender su conciencia ni hipotecar su independencia editorial.

Esto es justo lo que más se necesita hoy: una prensa más independiente, a tono con una sociedad cada vez menos ingenua frente a los discursos del poder y sus corifeos mediáticos.

*Gerardo Albarrán de Alba es periodista, defensor de la audiencia de Ibero 90.9, en la Universidad Iberoamericana, y del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de la Universidad de Guadalajara (Canal 44 y Radio UdeG). Es presidente del Consejo Consultivo del Mecanismo de Protección Integral para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Ciudad de México. Tiene estudios de Doctorado en Derecho de la Información. En Twitter es @saladeprensa

29 de diciembre de 2021