Rusia y Ucrania: el problema nazi y los crímenes de guerra
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Rusia y Ucrania: el problema nazi y los crímenes de guerra

Naief Yehya

La paz que no fue

Nueva York.- Volodymyr Zelensky ganó las elecciones en Ucrania, en abril de 2019, contra toda expectativa, con una plataforma basada en la pacificación del país y la apertura del diálogo con la insurrección separatista que desde 2014 desgarra la región del Donbas. El 73% del electorado votó por él porque creyeron que un novato en la política (un comediante de origen judío) tenía las manos limpias y podría cumplir su promesa de alejarse del camino de la intransigencia y la guerra.

El joven mandatario descubrió muy pronto que varios sectores ultranacionalistas no estaban de acuerdo con negociar ningún acuerdo de paz y que considerarían volver a los tratados de Minsk, como alta traición. Las pandillas de maleantes con ideas nazis que se reinventaron como milicias y conquistaron una especie de legitimidad en el terreno de batalla, peleando contra separatistas pro rusos, no estaban dispuestas a renunciar a la lucha. Asimismo, proveedores de armas internos y externos no permitirían que terminara el conflicto y harían todo lo posible por extenderlo. Ante la amenaza presidencial de sentarse a discutir concesiones, fronteras y asumir pérdidas territoriales, los líderes de la extrema derecha anunciaron que Zelensky no sólo perdería su puesto sino que acabaría “colgado en un árbol en Khreshchatyk [la calle principal de Kiev]”.

“Si el gobierno ucraniano trata de firmar semejante documento, un millón de personas tomarán las calles y ese gobierno dejará de serlo”, declaró el líder del partido derechista, Hacha Democrática, Yuri Hudymenko. A pesar de contar con un importante capital político, Zelensky no tenía mucho rango de acción y aunque los extremistas son una minoría, tienen armas, organización y voluntad golpista. El presidente que había prometido eliminar las leyes fascistas antirrusas que impuso Petro Poroshenko, su predecesor, justo antes de terminar su periodo (prohibir el uso del idioma ruso en lugares públicos, ucranizar los nombres propios y eliminar instituciones educativas que usan el idioma ruso entre otras cosas), intentó inútilmente hablar con miembros del batallón Azov y otros extremistas.

Zelensky terminó cediendo y firmó un decreto estableciendo que reintegraría y expulsaría a las fuerzas rusas de la península de Crimea, que fue arrancada a Ucrania en 2014 con tropas, milicianos y un referéndum por demás cuestionable. Zelensky se negó a tener negociaciones con los líderes separatistas del Donbas.

A las bandas de fascistas que se encargaron de sabotear cualquier iniciativa de paz se sumó una fuerza quizá más poderosa: el Congreso estadounidense y sus contrapartes de la OTAN, quienes frenéticamente desean seguir armando a Ucrania y así tornar su batalla en una guerra para desangrar a Rusia. Las democracias occidentales comenzaron a proveer armas de manera indiscriminada y sin control alguno a un ejército que ha integrado neonazis a sus filas (hay neonazis en un buen número de ejércitos del mundo, la diferencia es que aquí gozan de libertad para expresar abiertamente sus compulsiones ideológicas). La OTAN ni siquiera trató de maquillar la intención de acosar a Rusia con la propuesta de integrar a Ucrania, lo cual había sido considerado una “línea roja” que no podría violarse sin consecuencias mayores.

La OTAN se encuentra ahora en la cómoda posición de suministrar armas y apoyo logístico a las fuerzas de Kiev, sin riesgo para sus integrantes, “mientras pelean hasta el último ucraniano en contra de Rusia”, como dijo el diplomático estadounidense Chas Freeman. Para la OTAN y los vendedores de armas, la propuesta de otra guerra sin fin, esta vez contra Rusia, suena como una fabulosa oportunidad estratégica y comercial.

Algunos ingenuos creen que Estados Unidos pudo haber salvado a Zelensky al apoyarlo contra la derecha fascista. Cualquiera que conozca la historia sabe que Washington, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, tiende a aliarse con las fuerzas más reaccionarias del planeta. Más grave aún, a pesar de la intensa campaña de promesas para integrar a Ucrania a la OTAN, la cúpula de esa organización siempre tuvo claro que semejante acción era imposible e inaceptable para muchos de los miembros.

Crímenes imperdonables de Putin

Ahora bien, el hecho de que Rusia haya caído en la provocación y lanzado una invasión de gran magnitud en contra de un país “hermano” y “parte indivisible de la identidad rusa”, sin importar las bajas civiles ni el daño en la psique nacional, es un crimen inmoral e irreparable, sin importar los prejuicios, temores o excusas con que Putin lo justifique. El apabullante fracaso militar inicial de Rusia al no poder capturar la capital, decapitar al gobierno y sustituirlo por un régimen títere en tres días puso en evidencia la férrea resistencia ucraniana e incluso la ruptura de buena parte de los ucranianos de origen ruso con la “madre patria”.

La operación de desnazificación putiniana se volvió una campaña inmensa de destrucción, conquista, robo de tierra y probablemente genocidio. Esta campaña le viene de maravilla a las fantasías fascistas apocalípticas de la extrema derecha (no sólo ucraniana sino internacional) que ven en la guerra y muerte violenta, con tintes míticos, la única forma de purificación. Además, esta guerra se inserta en la trayectoria brutal y racista de las aventuras militares de Putin: Chechenia, Siria, Georgia.

El “Día de la Victoria”, el 9 de mayo pasado, Putin fue protagonista de un espectáculo esquizofrénico, mientras celebraba la victoria soviética contra los nazis no pudo evitar señalar a Kiev como uno de los sitios fundamentales para la derrota del Tercer Reich, con lo que su argumento de que los ucranianos son nazis resultaba incoherente aun dentro de su lógica dogmática y propagandística. A cualquier afirmación de que esta es una operación de rescate se contraponen las propias palabras de Putin, quien en su artículo: “Sobre la histórica unidad de rusos y ucranianos”, publicado en julio de 2021, dice que rusos, ucranianos y bielorrusos son el mismo pueblo, la nación ucraniana no existe, sus fronteras contemporáneas son una imposición de Occidente, sus líderes son títeres de Washington y Europa, que van de la mano de la derecha ultranacionalista.

RIA Novosti publicó recientemente el artículo: “Qué debe hacer Rusia al respecto de Ucrania”, donde señala que los ucranianos son nazis pasivos, lo cual es evidente por su rechazo a dar la bienvenida a las tropas rusas. La solución es una reeducación obligatoria y supresión ideológica a nivel nacional, con un severo régimen de censura. Este programa para curar a los ucranianos de su autoidentificación como tales podrá durar décadas.

El régimen de Putin se ha servido de la amenaza neonazi interna para recrudecer la represión a los inconformes y la oposición, sus reformas antiextremismo se usan para perseguir a sus oponentes demócratas y de izquierda, no a las pandillas criminales de cabezas rapadas. El Kremlin ha utilizado organizaciones radicales nacionalistas para intimidar y reprimir a cualquier coalición antiputiniana así como a militantes LGBT. En 2008-09 el gobierno ruso empleó al grupo de choque neonazi Russkii Obraz para atacar a los seguidores de Alexei Navalny. El grupo neonazi Nacionalistas Autónomos de Rusia se ha dedicado, con apoyo estatal, a acosar extranjeros, quemar viviendas de minorías y entrenar neonazis de todo el mundo en el uso de armas y técnicas de combate.

La justificación de Putin de que su operación es tan sólo un esfuerzo por salvar a la población de origen de ruso de ser masacrada, no es más creíble que la de Estados Unidos de destruir Irak para salvar al pueblo de sus propios líderes e imponer la democracia. A Washington le es fundamental no permitir que Rusia pueda declarar ningún tipo de victoria en esta guerra y para ello el costo humano que pueda sufrir Ucrania no es una consideración ni un obstáculo. Así que por lo menos a corto y mediano plazo cualquier solución diplomática será rechazada.

Cambios de estrategia

La guerra está hundida en una lógica cruel de desgaste, de avances modestos y retrocesos con alto costo en vidas y equipo. Resulta un misterio que Putin se mantenga relativamente conservador al no eliminar las vías de suministro por las que Occidente sigue dando armas. Tampoco ha ordenado la destrucción masiva de trenes, puentes y vías de comunicación, lo cual ha sido la causa de cientos o miles de muertes de soldados rusos. Es probable que cuente con dejar casi intactos esos recursos para usarlos cuando controle el territorio. La situación a casi cuatro meses de guerra es que a pesar de malas estrategias, destrucción inmoderada, torpeza en los avances y en la protección de sus líneas de reabastecimiento y pérdida inmensas, Rusia ha logrado considerables conquistas territoriales y es cada día más palpable la posibilidad de que le arrebatarán a Ucrania la totalidad del Donbas y el acceso al mar negro. Aun en el improbable caso de llegar a negociaciones, esto dará una enorme ventaja territorial a Putin. De no ser derrotada Ucrania pasará de una posición defensiva a una ofensiva para tratar de recuperar el territorio ocupado. Entonces el Kremlin argumentará que Ucrania es el agresor, se asumirá como la víctima y “defenderá” ferozmente a la patria. Asimismo, se anuncia que las represalias rusas vendrán en diferentes momentos y frentes en contra de las naciones que han sido fundamentales en la destrucción de tropas rusas.

Crímenes de guerra

Hasta el 21 de abril se reportaron 7,600 crímenes de guerra cometidos por Rusia en Bucha, Mariupol, en aldeas literalmente arrasadas y en ciudades donde han destruido edificios residenciales, hospitales y teatros. Los casos incluyen secuestros de civiles, desplazamientos de poblaciones, violaciones, torturas y ejecuciones. La categoría de crímenes de guerra es una poderosa herramienta para sancionar la conducta de las partes beligerantes, lamentablemente es una acusación que ha sido vaciada de significado precisamente por Estados Unidos en sus guerras de invasión y agresión, y por no reconocer responsabilidades y proteger a sus militares aun en casos de evidente y probada brutalidad innecesaria en contra de civiles. Además, ni Estados Unidos ni Rusia son signatarios del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Y aunque esas acusaciones han sido despojadas de valor, Biden no ha dudado en llamar criminal de guerra a Putin. Como señala Fintan O’Toole (“Our Hypocrisy on War Crimes”, The New York Review of Books, 26/05/2022) hay dos maneras de considerar el enjuiciamiento por crímenes de guerra: “La primera es que se trata de un deber universal y que deben perseguirse sin importar nacionalidad ni persuasión política de los responsables”. La segunda es que el derecho de señalar al enemigo como criminal de guerra es parte del botín de los vencedores. Una herramienta de castigo adicional y no una de justicia.

Epidemia nazi

Mientras los rusos acusan a los ucranianos de ser nazis y la OTAN denuncia la estrategia de Putin como fascista, otro criminal de extrema derecha armado y autodeclarado racista asesinó a diez personas e hirió a tres en un supermercado en una zona negra de la ciudad de Búfalo el 15 de mayo de 2022. El supremacista blanco responsable de esta matanza publicó un manifiesto donde explicaba creer en la teoría conspiratoria del Gran Reemplazo (los blancos están siendo reemplazados por minorías étnicas e inmigrantes) y transmitió en vivo por la plataforma Twitch su crimen. Si bien Estados Unidos es el país de las matanzas rutinarias de civiles debido a sus leyes ridículamente laxas al respecto de la posesión de armas (especialmente de alto poder), la intolerancia y el odio se manifiestan de forma cada vez más amenazante en diferentes partes del mundo. En las recientes elecciones francesas Marine Le Pen, la candidata de la extrema derecha, obtuvo el 41.5% del voto (más de 13.2 millones) y eso que muchos votantes pro fascistas no votaron por ella por considerarla conservadora. Las derechas xenófobas, de la mano de los populismos del desencanto y el rencor, recorren el mundo, como el proverbial fantasma, anunciando un nuevo y sórdido orden de terror y violencia.

15 de junio de 2022