Si volviera a nacer no sería fotorreportero: Enrique Metinides
Periodismo

Si volviera a nacer no sería fotorreportero: Enrique Metinides

Jaralambos Enrique Metinides Tsironides tiene 85 años de edad, es considerado el padre de la fotografía policiaca en México y el más afamado fotorreportero. A pesar del indiscutible reconocimiento del gremio a su larga trayectoria, “El Niño” como lo llaman sus colegas, ahora reniega del tiempo que le dedicó al oficio. Empezó a publicar fotografías a los nueve años de edad, y trás cinco décadas de reportear para los periódicos La Prensa, Zócalo y la revista Alarma, recuerda las malas condiciones laborales y salariales del fotoperiodismo, a pesar de que en casos como el de él, en cada cobertura arriesgó la vida.

Diego Ríos

–Imaginemos que usted volviera a nacer, ¿Sería de nuevo fotorreportero?

–Si volviera a nacer no sería fotorreportero, se viven muchísimas envidias, por eso me corrieron de los periódicos y ni las gracias me dieron. Tuve 19 accidentes que me llevaron al borde de la muerte; nunca respetaron mis horarios: me quitaban dos de los cuatro descansos, y tiro por viaje en vez de salir a las 6 de la tarde, salía a las 10 u 11 de la noche. Me hacían trabajar doble turno 15 días al mes, eso era salir hasta la 1 y media de la madrugada, aunque al día siguiente tuviera que pararme a las 7 para regresar a trabajar.

Seguro estoy de que no volvería a ser fotorreportero por todo lo que vi. Llegaba la hora de dormir y soñaba con lo que había visto, despertaba llorando. ¿Usted cree que voy a querer volver a ser fotógrafo, así? Veía niños muertos e incluso llegué a involucrarme tanto que hay fotos mías en donde llevo a los heridos en mis brazos.

Tengo seis casos comprobados en donde les salve la vida a personas que estaban en el lugar al que llegaba para hacer mi trabajo. Y de lo que más me arrepiento es que no tuve tiempo para mi familia.

Peor cuando recuerdo la manera como me corrieron de La Prensa el día que se terminó la cooperativa. Esa tarde el nuevo director me dijo “Enrique, ya no trabajas aquí así que recoge tus cosas y lárgate, ya no puedes volver a entrar”. Yo tenía más de treinta años de trabajo para entonces y después de unos días voy al Seguro Social para jubilarme y descubro que siempre estuve registrado con salario mínimo, y la máxima jubilación que alcanzaba era de 4 mil pinches pesos al mes. Les llevé papeles que demostraban la cantidad real que ganaba, y con lo que alcanzaría al menos 24 mil pesos mensuales, sin embargo nada pude hacer pues toda la vida me cotizaron con el mínimo, ¿Usted cree que con todo esto volvería a ser fotógrafo?, ¡no me haga enojar eh!

–¿Por qué una vez que lo corren no cambió de periódico?

–Ya estaba harto y me sentía mal de ver tanto accidente. Por otro lado, me arrepentí de haber trabajado en esto, porque hubiera podido tener mínimo un restaurante como mi padre.

–¿Cómo fue cubrir el asesinato del periodista Manuel Buendía en 1984?

–Fui el primer fotógrafo que llegó al lugar del crimen y me tocó reconocerlo. Estaba en la Cruz Roja cuando llegó el reporte de una balacera sobre Insurgentes a la altura de Zona Rosa. Salieron dos ambulancias, en una iba yo. Cuando llegamos, mientras los paramédicos revisaban el cuerpo de una persona que yacía en el piso, yo le tomaba fotos, es ahí cuando veo su rostro y les digo a todos que se trataba del periodista Manuel Buendía, él para entonces trabajaba en Excélsior. Fue una gran impresión pues Manuel había sido mi jefe y por él regresé a La Prensa con sueldo, años después de colaborar sin ningún pago, en mis pininos. Ese día lo habían asesinado por la espalda.

Buendía era un periodista muy valiente y con mucha decisión. Él presentía que lo iban a matar pues investigaba las relaciones de un alto político con el narcotráfico. Lo que me extrañó de ese día fue la presencia de unos autos muy bonitos con antenas grandes, tiempo después supe que eran de una policía especial que estuvo en el lugar.

–¿Hay forma de tomar fotografía de nota roja que dignifique a las víctimas?

–En la actualidad se podrían hacer buenas fotos, pero las autoridades no permiten que se acerque el fotógrafo, eso ha llevado a los medios a publicar fotos que la gente toma con sus celulares sin ningún cuidado o respeto por los difuntos. En La Prensa cuando había un muerto se le tomaba la foto en blanco y negro si tenía rastros de sangre, o quedaban con el rostro desfigurado, se mandaban al departamento de dibujo, ahí las retocaban para quitarle la sangre, o añadían elementos como arbustos o sombras para que no se viera horrible la escena.

Cuando cambiamos al color, el director me dijo “no me tomes fotos de muertos, hay órdenes de que no salga ni una gota de sangre en el periódico”, sólo había dos o tres periódicos a color. Entonces buscaba fotos en vida de las víctimas, los familiares me apoyaban con eso, “aquí la tomo y se la regreso”, y se publicaba en primera plana la foto en vida, yo fui el que inventó eso, foto del arma, todo menos el cadáver.

Ante esto me hice la costumbre de ir a los entierros, y salían mejores fotos, como aquella donde la hija de un difunto le echa tierra al ataúd y aún se alcanza a ver tierra dentro de su mano, más la expresión de su rostro, los acompañantes y el panteón como escenario. Fue primera plana, y estuvo mejor que publicar la foto sangrienta. Antes nos dejaban tomar fotos donde estaban los objetos del muerto más el arma y todo se publicaba en vez del asesinado. Otro caso para ejemplificar esto fue en un crimen donde la foto fue de la bala que lo mató, también se llevó la de primera plana, “la bala asesina” cabeceó el editor.

–¿Dónde nace su interés por la fotografía y cómo se hace fotorreportero?

–Mis papás vinieron de Atenas recién casados, y en su viaje de luna de miel hicieron escala en Veracruz con la intención de llegar a Estados Unidos. En una distracción les robaron todas sus pertenencias, entre estas, sus pasaportes, dinero y los boletos de barco para continuar su camino. Mi previsora abuela materna le había cosido a mi mamá en el vestido una cadena de oro, misma que vendieron y con eso pudieron llegar hasta el Distrito Federal. Cuando preparaban su regreso en la embajada, se enteraron que estalló la Segunda Guerra Mundial y decidieron quedarse porque los nazis invadieron Grecia.

Ya instalados tuvieron a mis dos hermanas y a mí. Al tiempo mi papá rentó un local sobre la avenida Juárez, pegadito al hotel Regis, donde abrió una bolería tipo Nueva York donde también vendía y revelaba rollos fotográficos. Un día le avisaron que tenía que dejar el lugar porque derrumbarían el edificio, y eso lo motivo a abrir un restaurante en San Cosme.

En ese entonces yo tenía nueve años, y cuando mi papá cerró el local de revelado me regaló una cámara y una bolsa llena de rollos. Me gustaba ir a los cines de la avenida San Juan de Letrán, ahora llamada Eje Central. Fotografiaba películas de mafiosos y proyecciones semanales de episodios policiacos, donde había balaceras, persecuciones, choques e incendios. Hasta que se presentó la oportunidad en la vida real.

Cuando chocaban los autos en la calle no los podían mover hasta que terminaran su trabajo los peritos, entonces aprovechaba para fotografiar lo que veía. Luego en el restaurante de mi papá les enseñaba las fotos a los clientes, entre los que había un juez calificador y un ministerio público de una agencia que estaba a una cuadra. Un día me invitaron a la delegación a tomar fotografías, y cuando me di cuenta llevaba más de un año de ir a ese lugar y retratar muertos, detenidos y la gente que llegaba para denunciar algún problema.

Una mañana chocó un auto contra una boya del tranvía que pasaba sobre San Cosme, y mientras le tomaba fotos al accidente de entre los mirones y policías, se bajó de un taxi un fotógrafo llamado Antonio Velázquez, lo apodaban “El Indio”, porque era moreno y había nacido en Toluca. Me preguntó por qué tomaba fotos, a lo que respondí que las coleccionaba. Me dijo que lo fuera a buscar a La Prensa y eso hice al día siguiente.

Fui con un montón de fotos, se las enseñé y me invitó a trabajar con él, no me pagaría nada pero aprendería cómo lo hacían los profesionales. Me dijo que pidiera permiso en mi casa, y como iba en la tarde a la escuela, tenía todas las mañanas para acompañarlo. Antonio alquilaba un taxi por 25 pesos de las 10 de la mañana a las 2 de la tarde que le pagaba el periódico.

En el taxi íbamos a Lecumberri donde retrataba a los reos, de ahí al Hospital Juárez donde se hacían las autopsias pues aún no existía el Forense, y también llegaban los heridos que ya no cabían ni en la Cruz Roja, ni la Cruz Verde, y después al Hospital 20 de noviembre, pues había una cárcel preventiva donde retratábamos a los detenidos de la policía, de ahí nos íbamos a la Estación Central de Bomberos para esperar alarmas, subirnos a los camiones de bomberos y cubrir los incendios.

Por mi baja estatura y poco peso, los bomberos tenían indicaciones de subirme en sus hombros para fotografiar por dentro los incendios, para entonces yo era un niño de 10 a 12 años de edad, por esta razón me apodaron “El Niño”. Esas fotos se publicaban con mi nombre y muchas veces fueron primera plana, aunque en ese entonces no me pagaron una sola.

Las autopsias son una cosa horrible, me dejaban fotografiar los cadáveres y siempre me impactó cómo la gente que las hacía, comía o jugaba mientras les sacaban los sesos o los intestinos a los difuntos. A mí me daba horror, pero me fui acostumbrando.

Pasaron dos o tres años colaborando con La Prensa, cuando “El Indio”, el mismo fotógrafo que me enseñó a trabajar dejó el periódico, y una tarde me llamó para invitarme a fundar la revista Alarma, nuevamente sin sueldo, pero al menos esta vez me ponían en el directorio como jefe de fotógrafos, a pesar de que yo fuera el único.

–¿Qué estragos físicos le dejo su trayectoria profesional?

–Sobreviví a 19 accidentes mortales y muchos más donde no me pasó nada, nueve costillas rotas, un tumor en el ojo y dos infartos, todo eso en horas de trabajo.

Por seguir a los bomberos me iba atrás en las motos de Tránsito y en varias ocasiones chocamos, sufrí quemaduras por cubrir los incendios, quedé atrapado en derrumbes, y me atropellaron dos veces. Después de 20 años retirado vivo con un dolor de piernas por el que me inyectan para soportarlo, esto consecuencia de las lesiones que viví como fotorreportero. Un día se volcó la ambulancia donde iba en compañía de unos heridos, como pude tomé las fotos y después me las tomaron a mí camino al hospital, fue primera plana, y a la cabeza le pusieron “Gajes del oficio”.

Enrique Metinides dejó el fotoperiodismo en la década de los 80 del siglo XX. Actualmente, vive su retiro con la jubilación que obtuvo cuando lo corrieron de La Prensa. Colecciona pequeños vehículos de emergencia en tamaño miniatura, figuras de ranas, máscaras y objetos navideños. Ha publicado cuatro libros sobre su obra. Sus fotos son exhibidas en varios museos entre los que destacan La Casa de América, en Madrid, The Photograph’s Gallery, en Londres; la galería Anton Kern y en el MoMA, en Nueva York, y en muchas otras salas de América, Asia y Europa.

@diegorioz

10 de mayo de 2022