TV: influencia política en declive
Comunicación Política

TV: influencia política en declive

Alma Rosa Alva de la Selva*

Son múltiples los temas o ángulos de análisis que surgen de la reciente contienda electoral. Sin duda, el pasado primero de julio reveló, o bien detonó, significativas transformaciones en distintos planos de la vida del país.

En el campo de la comunicación, una de las líneas de reflexión más interesantes, y que abordamos en las páginas de Zócalo semanas previas a dicho suceso político, ha sido el del papel en las elecciones de los medios “tradicionales”, y en especial, de la televisión. Como se sabe, por décadas, el segmento comercial de ésta, encabezado por Televisa, gracias a sus acuerdos con el partido gobernante y los apoyos mutuos del caso, logró erigirse como un poder político con una influencia de magnitud que en varios momentos se presentó casi invencible.

Para las cúpulas políticas, en su visión del poder omnímodo de los medios, contar con el apoyo de la televisión como espacio para las “campañas negras” con la manipulación informativa, cuando no con hasta la flagrante expulsión de la pantalla de candidatos indeseables para esos grupos llegó a convertirse en un recurso sine qua non para la etapa de las campañas, sea cual fuere el precio o las prebendas a entregar a la industria televisiva, que vendía caro su apoyo y se constituía progresivamente en un poder fáctico.

Sin embargo, el 2018 tenía reservadas para el binomio gobierno-concesionarios diversos cambios en el ámbito social y mediático que venían gestándose de tiempo atrás, pero que unos y otros no fueron capaces de identificar y menos aún de anticipar.

Se percatarían de dichas transformaciones en el curso del proceso electoral, cuando las tendencias comenzaron a apuntar hacia direcciones no previstas. La resultante fue la de una contundente derrota del papel que había venido realizando por largos años la TV en los eventos electorales, como un factor de influencia política de alcance, rol que le había venido reportando grandes dividendos.

Ese notorio declive de la pantalla casera como espacio para orientar la percepción de los candidatos hacia las audiencias en un sentido conveniente a sus intereses, y que abre una nueva etapa en el ámbito de la comunicación política puede acreditarse a varios factores, entre los que sobresalen, por supuesto, el ascenso de las redes sociales y las plataformas digitales como fuente de información y espacio de expresión para sectores crecientes de la sociedad mexicana.

Resulta que, con todo y la persistencia de la brecha digital en el país (no menor, en tanto equivale a más de una tercera parte de la población sin acceso, uso y apropiación de internet), a lo largo del proceso, electoral las redes fueron lugar de ebullición de contrastantes opiniones, disputas, información o lanzamiento de fake news.

Fue tal el impacto de los intercambios en las redes que los “medios clásicos”, en lo que ya se les presentó como una necesidad ineludible, se vieron obligados a referir las tendencias de la opinión pública y los vaivenes de las estrategias de campaña desplegadas sobre todo en Twitter, Facebook y Youtube.

Fue trascendente, a propósito del evento electoral, el debut de un sector de la sociedad mexicana como emisora de diferentes tipos de mensajes, desde los convencionales de texto hasta muchos otros más complejos, con los memes como uno de los más eficaces para que los usuarios expresaran posturas políticas críticas, posibilidad fuera del alcance ayer y hoy en los medios electrónicos “clásicos”.

Como se recuerda, en el caso de Televisa, en el 2016, ante la pérdida de audiencias (sobre todo, de los menores a los treinta años de edad), y con ello de ingresos publicitarios que ya se registraba, la empresa de Azcárraga Jean anunció en “gran cambio”, el cual se redujo a adaptar y trasladar sus contenidos convencionales de la tv abierta a las plataformas digitales.

No hubo pues un proyecto de alcance para contender con las redes. Tan importante se tornó el papel de las redes sociales en el episodio electoral que incluso los propios partidos, aun cuando continuaron apostando por la tv (como parte de su arraigada convicción sobre el poder televisivo, sujeta a la idea de la “aguja hipodérmica”, con la “inoculación” de mensajes con efectos previstos), que incluso se lanzaron también a utilizar las redes, aunque como recursos meramente propagandísticos para la exposición de los candidatos, sin tocar siquiera las posibilidades de interacción de tales herramientas digitales.

Ese notorio declive de la pantalla casera como espacio para orientar la percepción de los candidatos hacia las audiencias en un sentido conveniente a sus intereses, y que abre una nueva etapa en el ámbito de la comunicación política puede acreditarse a varios factores, entre los que sobresalen algunos, entre ellos, por supuesto, el ascenso de las redes sociales y las plataformas digitales como fuente de información y espacio de expresión para sectores crecientes de la sociedad mexicana.

Otro fenómeno que emergió del evento electoral reciente fue el evidente agotamiento del recurso de las “campañas negras” en la televisión. Enderezadas contra el candidato a descalificar o excluir, compuestas de denostaciones y hasta de fabricaciones noticiosas, tales estrategias, con todo y lo burdo de sus planteamientos habían venido consiguiendo en años anteriores sus objetivos. Algo muy distinto ocurrió en el 2018.

Ya sea por el mencionado ascenso de las redes sociales en los usos o consumo mediático de los mexicanos, como parte de las transformaciones sociales, o bien por el despertar político de la sociedad azuzado por la crisis del país, el hecho es que en esta ocasión tales campañas, de triste memoria y larga data, tuvieron un

Acostumbrados a funcionar desde el confort y parámetros de la relación simbiótica gobiernos concesionarios, a los conductores y periodistas de los programas noticiosos televisivos les quedó grande el suceso político más importante de la historia reciente del país.

“efecto bumerang”: la descalificación y manipulación informativas, prácticas bien reconocibles por buena parte de las audiencias por su recurrente aplicación, en paralelo al rechazo pudieran haber devenido en apoyo al sujeto político al que pretendían afectar.

Cuando la industria televisiva y el grupo en el poder, con sorpresa se percataron de la ineficacia

de dichas estrategias y decidieron escenificar una súbita “pluralidad” y apertura políticas, con pro- gramas especiales donde buscaron dar muestra de ello, ya era demasiado tarde; la discusión sobre el tema se había trasladado al ciberespacio.

Otro aspecto a considerar en la baja de la ascendencia política televisiva responde a las propias limitaciones del ejercicio periodístico de la industria televisiva del país. Acostumbrados a funcionar desde el confort y parámetros de la relación simbiótica gobierno-concesionarios, a los conductores y periodistas de los programas noticiosos televisivos les quedó grande el suceso político más importante de la historia reciente del país.

En paralelo a sus sesgos ideológicos en el manejo de la información, por más despliegue tecnológico realizado, exhibieron una escasa capacidad de análisis del suceso, e incluso, de oficio reporteril que ofreciese a las audiencias un panorama amplio y lo más objetivo posible de ese momento político, que exigía coberturas y análisis de alto nivel.

Esto, con el agravante de que las redes lanzan información de manera inmediata. Fue así como, con todo y que estaban siendo rebasados por una sociedad mexicana que se volcaba a favor de un proceso de cambio, continuaron con sus tácticas de costumbre: la mezcla intencional de opinión e información y la “espectacularización” de la noticia, entre otras prácticas conocidas, sin innovaciones en el trabajo periodístico que estuviesen a la altura de los acontecimientos.

Desde luego que influyó en el declive del impacto político de la televisión en la coyuntura electoral, la exigua credibilidad de los consorcios (que en el caso de la empresa de Azcárraga se había profundizado, tanto por el cariz oficialista de sus noticiarios como por sus compromisos de tiempo atrás con Enrique Peña Nieto).

Además, es posible suponer que, a nivel informativo, desde hace largos años la televisión es percibida por parte considerable de las audiencias como cercana y funcional al gobierno o al sistema político.

Habrá que observar el comportamiento de la televisión en los complejos meses venideros, que plantearán retos impensables antes para la otrora poderosa pantalla chica, con impacto en su posición en el panorama mediático del Siglo XXI.

13 de abril de 2021